LAS COSAS DE VALLE-INCLÁN

Domingo García-Sabell dejó constancia de una curiosa anécdota, muy poco divulgada, contada por boca de Ramón María del Valle Inclán, de la que son protagonistas Rubén Darío, Miguel de Unamuno y el propio Valle-Inclán.
Estamos en el Madrid de 1900. Una tertulia de café con Rubén Darío. El poeta nicaragüense está haciendo un encendido elogio de don Miguel de Unamuno. Cuando concluye alguien dice: 'Pues Unamuno no le corresponde a usted en el entusiasmo'. Y echando mano al bolsillo de la chaqueta extrae un periódico en el que se inserta un artículo de don Miguel. El trabajo es una feroz diatriba contra Darío en la que, entre otras cosas, el vasco afirma que al poeta se le ven todavía las plumas de indio que lleva dentro de sí. Rubén pide el diario y lee en silencio. Se hace una pausa embarazosa. Rubén reclama una copa de coñac que sorbe rápidamente, y se hunde, serio, taciturno, en el diván. La conversación salta a otros temas. El poeta sigue pidiendo coñacs, y cuando la tertulia toca a su fin, de los amigos sólo quedan Darío y Valle-Inclán. Nuestro escritor intenta animar al abatido lírico, ya ebrio, que, según don Ramón, era muy sensible a las valoraciones críticas de la vida literaria.

Transcurren pocos días y, de nuevo en la tertulia, el poeta lee a los amigos una carta que se dispone a remitir al catedrático de Salamanca: 'Admirado señor: He leído su artículo. Yo había escrito antes otro sobre usted, sobre su obra. Ahí va. Quiero decirle que yo remito hoy mi trabajo a Buenos Aires para publicarlo en La Nación, sin quitarle ni añadirle una coma, con la constancia de mi admiración rendida hacia todo lo que usted ha producido. Y firmo esta carta con una de las plumas de indio que, según usted, aún llevo dentro de mí'.

Todos -el primero don Ramón- celebran el nobilísimo gesto de Rubén Darío. Al cabo de unos meses don Ramón y Unamuno se encuentran en la calle. Pasean juntos un rato y Unamuno retoma la historia de los artículos y la carta. Y don Ramón suelta esta magnífica tirada: 'El suceso, amigo don Miguel, no tiene nada de notable y mucho menos de desconcertante. Es, sencillamente, el resultado del enfrentamiento de dos sujetos diferentes y opuestos. Es una realidad natural. Ustedes no han nacido para entenderse, son antípodas. Verá usted: Rubén tiene todos los defectos de la carne: es glotón, bebedor, es mujeriego, es holgazán, etc. Pero posee, en cambio, todas las virtudes del espíritu: es bueno, es generoso, es sencillo, es humilde, etc. En cambio, usted almacena todas las virtudes de la carne: es usted frugal, abstemio, casto e infatigable. Y tiene usted todos los vicios del espíritu: es usted soberbio, ególatra, avaro, rencoroso, etc.

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