CRISIS, RECESIÓN, RESCATE, LÍNEA DE CRÉDITO

En medio del intrincado y penoso laberinto por el que ahora mismo discurre ese ente maléfico sin rostro, al que han bautizado con el tenebroso nombre de crisis (inicialmente, llamado recesión), mi ilusa imaginación me ha trasladado por un instante a un idílico lugar en el que las palabras pobreza e injusticia no aparecían por ninguna parte.
Percibía, incluso, que en el onírico escenario tampoco se vislumbraban las figuras siniestras de los tiburones financieros y de sus fieles escuderos, los políticos corruptos, a quines todavía nadie se ha atrevido a mantear públicamente. Lo malo del asunto es que a la mentada crisis le ha salido un brote borde, pero que muy borde, al que casi todos han coincidido en llamar rescate, nombre, sin duda, con muy poca prosopopeya y que interesadamente han intentado camuflar con el más fino y aristocrático de línea de crédito.

Pero retomemos de nuevo lo que intentaba explicar al principio. En el transcurso del extraño sueño que tuve me acordé del delirante y hermoso discurso de la Edad de Oro que el ingenioso hidalgo cervantino soltó a los cabreros: dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados?, y proseguía: los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes?

Más que despertado, rescatado de mi fugaz utopía imposible, con la previsible mediación de algún ángel exterminador de la corte terrenal de Angela Merkel y demás diabólicos secuaces del BCE y del FMI, me enfrenté de nuevo a la cruda realidad y, en la portada de un periódico, me topaba con la imagen de mesetario edificio inclinado en cuya fachada aparecía la palabra Bankia; sin duda, toda una metáfora de lo que está pasando. ¿España invertebrada o España inclinada?, he aquí la cuestión.

Seguía ojeando la prensa y comprobaba que la mayoría de noticias hablaban de lo mismo: economía y más economía destilada de muy mala bilis. No quieres caldo, ¡toma dos tazas!, pensaba. Buscaba otros titulares, pero no había manera.

Para relajarme y aislarme de esos malos augurios que nos acongojan, asisto a un concierto extraescolar de música en el que mi nieta Judith toca la flauta travesera y su madre, Carlota, la acompaña al piano. Al unísono, interpretan el swing de la cola del gato. Al abuelo y padre, respectivamente, de ambas criaturas siempre le han caído bien los felinos musicados, todo lo contrario de los antedichos tiburones financieros.

Crisis, recesión, rescate, línea de crédito, no importan las palabras, lo que verdaderamente me preocupa es comprobar cómo cada vez más gente rebusca miserias en los contenedores y acude diariamente a los centros asistenciales civiles y religiosos, mientras una impúdica minoría de pestilentes depredadores no cesa de llenar su panza, y no precisamente de bellotas...

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