DECIR LA VERDAD

En cierta ocasión escuché la expresión: 'hay que decir siempre la verdad'. Por el tono de la voz se desprendía una doble intencionalidad: 'de afirmación' y 'de interrogación'. La respuesta, de uno de los presentes, surgió de forma espontánea: 'pero puede traer complicaciones'; aunque, con la misma sinceridad, también podría decirse lo contrario: 'nos descomplica y es gratificante'.
Decir lo que se conoce, se siente, se piensa, se vive, (desde la sensatez y la prudencia) presupone apertura confiada a la realidad, asombro, búsqueda, rectitud, sinceridad y valentía. El escéptico que se tranquiliza con el interrogante, '¿y qué es la verdad?', quizá tampoco quiera oírla; el que se aferra 'a su verdad', quizá oculte miedos a perder sus seguridades; y el que descubre hechos ciertos, sin necesidad, frecuentemente teñidos de resentimiento, pudiera estar difamando.

En estos tiempo de relativismo, de despotismo de la ignorancia y del error en cuestiones capitales: ley natural suplantada por las costumbres, matrimonio de conveniencia, desprecio de la vida humana, la educación robotizada y la libertad absolutizada (...), el hombre y la cultura occidental andan, a la deriva, al desconocer o rechazar las luces de la recta razón y de la fe. En esta atmósfera, orquestada por 'los poderosos' es capital recuperar la apertura, la confianza, la honestidad, la sinceridad, el valor y la virtud. Y respecto a la situación social, un pensador actual lo expresaba con estas palabras: 'la negación de los valores absolutos conduce a la desintegración de la sociedad. No bastarán las leyes más perfectas porque no habrá criterio posible por el que mostrar que se deben obedecer las leyes.

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