Hace unos meses que he comenzado mi tesis doctoral en la Universidad de Santiago de Compostela y habitualmente paseo por el Campus Vida y el Campus Norte, no dejando nunca de sentir una extraña sensación al leer esas enormes pintadas que desfiguran los edificios con frases como 'Liberdade para Uxio', 'Nom somos Espanha' o 'Galiza ceive'.
Mis orígenes me vinculan a esta tierra como al que más, pues provengo de Xinzo de Limia y he llevado a la práctica muchas de las costumbres que nos identifican frente a otras comunidades autónomas. Soy tan castellano hablante como 'galego falante' y he sido acogido en Salamanca, 'adoptado' durante siete años, en los cuales nunca se me ha discriminado por ser gallego, ni por llamarme Xosé.
No puedo dejar de sentirme defraudado ante el emergente movimiento nacionalista radical gallego, los intentos de atentado y este tipo de actos reaccionarios propios del patio de un colegio, pues pretenden limitarnos, a todos nosotros, dar una imagen errónea de lo que realmente somos, una población eminentemente emigrante, comprensiva, acogedora y respetuosa.
Puede que estas personas que destruyen nuestros edificios, que ponen explosivos en nuestros bancos y corean lemas sin fundamento en sus manifestaciones no se hayan percatado de que nuestra tradición política sembró sus bases en la literatura y en la labranza, en el campesinado, a diferencia de nuestros allegados vascos o catalanes, que además de fundamentarse en élites propiamente políticas, desarrollaron un movimiento filosófico que hunde sus raíces en una cultura radicalmente diferente a la nuestra. Ahora que los gallegos debemos sentirnos tan gallegos como españoles, que debemos estar tanto con Galicia como con España, puede que sea el momento de dar un toque de atención, de enfrentarnos a estas minorías que desprestigian nuestra cultura, nuestra identidad, desfigurándola y convirtiéndonos en burdas imitaciones de otros, que hoy ya no son nadie.
No puedo dejar de sentirme defraudado ante el emergente movimiento nacionalista radical gallego, los intentos de atentado y este tipo de actos reaccionarios propios del patio de un colegio, pues pretenden limitarnos, a todos nosotros, dar una imagen errónea de lo que realmente somos, una población eminentemente emigrante, comprensiva, acogedora y respetuosa.
Puede que estas personas que destruyen nuestros edificios, que ponen explosivos en nuestros bancos y corean lemas sin fundamento en sus manifestaciones no se hayan percatado de que nuestra tradición política sembró sus bases en la literatura y en la labranza, en el campesinado, a diferencia de nuestros allegados vascos o catalanes, que además de fundamentarse en élites propiamente políticas, desarrollaron un movimiento filosófico que hunde sus raíces en una cultura radicalmente diferente a la nuestra. Ahora que los gallegos debemos sentirnos tan gallegos como españoles, que debemos estar tanto con Galicia como con España, puede que sea el momento de dar un toque de atención, de enfrentarnos a estas minorías que desprestigian nuestra cultura, nuestra identidad, desfigurándola y convirtiéndonos en burdas imitaciones de otros, que hoy ya no son nadie.
