LA DEMOCRACIA SIN LAS FORMAS

La democracia formal, además de otras cosas muy diversas, es una cuestión de formas. No se refiere sólo a un conjunto de ritos y de normas sino al valor de un respeto a las normas que deben regir la convivencia. Detrás de todo, están las personas objeto de protección. El desafuero con las personas es la mayor afrenta que se le puede hacer a la democracia. Se puede ser muy radical, pero ha de predominar el respeto a la persona. La burocracia debe ser sólo la exteriorización de ese respeto. No faltan aquellos que confunden el fondo con las formas y son capaces de preferir las apariencias, las reglas antes que las personas.
No faltan tratadistas que hacen de la falta de un código ético, la causa de todos los males de nuestra democracia. El código existe, pero no está suficientemente interiorizado en aquellos que ostentan la representación popular. Las formas del código no lo sustituyen pero lo arropan. La educación cívica necesita referentes y trata de encontrarlos en aquellos que ocupan el imaginario social. Un pueblo adulto es capaz de distanciarse de ciertas maneras de los políticos; no quiere que se le confunda. Pero el esfuerzo no siempre es seguido por el éxito y se claudica hasta transgredir las formas y el fondo de la convivencia política.

Todos siempre ganamos cuando fomentamos el respeto a los demás ciudadanos. Parece obvio, pero no faltan, aunque sean pocos, quienes creen que denigrando a los otros, deteriorando su imagen, generan respeto a su causa. Sucede todo lo contrario. Nada infunde menos aprecio que aquel que falta al respeto a los demás. El 'todo vale' puede ser un recurso utilizado desaprensivamente por aquellos que confunden la eficacia con el deterioro de las formas de respeto.

Una de las causas de la desafección hacia los políticos es la claudicación ante la falta de respeto. Nunca se los debió confundir con la 'tropa', sin embargo cuando se hizo, nadie se extrañó. La democracia es un proceso que requiere una atención minuciosa, constante y permanente. Las causas de su deterioro no se corrigen por sí solas, sino que necesitan apoyos exteriores de la misma sociedad a quien dicen representar, para que sean fieles a un código ético nunca suficientemente descrito en su pormenores, pero siempre presente en el imaginario popular.

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