n n nLa muerte es el último trámite de la vida que se desenvuelve como un hecho cotidiano, que adquiere relevancia cuando atañe a lo querido y nos pone frente al adiós de lo físico, para dejarnos, para siempre, a solas con el recuerdo. Cada quien guarda en el rincón de privilegio de la memoria instancias y vivencias que le atan a lo inexistente y que en ocasiones esconde historias extraordinarias, por ejemplares, pese al paso del tiempo.
El fallecimiento de los hermanos Carmen y Emilio Ferraz, con diez días de diferencia, ha abierto el baúl de las vivencias entre vecinos y conocidos del lejano tiempo de sus infancias en Seixalbo. Con sus otros dos hermanos Manolo y José -ahora el único vivo-, fueron protagonistas de una extraordinaria historia, desde que la fatalidad del destino les colocó solos y desvalidos ante una dura realidad en la que lo único que les sobraba eran problemas. Lejos de arredrarse, los cuatro a una, cuán pequeña Fuenteovejuna, hicieron frente al duro destino con Carmen en el papel de madre y sus hermanos como pequeños hombres de la casa. Así se fueron haciendo mayores en el seno de una familia ejemplar, hecha a sí misma, que protagonizó, sin saberlo, una hermosa lección de dignidad. Desde allí, con la sencillez y la humildad por banderas, comenzaron a labrarse un futuro mejor, crearon otras familias y vivieron la felicidad que un día el destino les había negado. Quede ante el duro trance de la separación, un grano de arena del caudal de admiración colectiva.