Esta no es mi derecha

Cuando yo era un niño -de esto ya no sé cuantos años hace, tal vez siglos; porque los que hemos nacido bajo el paraguas de los Principios Fundamentales del Movimiento, nos da la sensación de que también lo podíamos haber hecho con los principios de los romanos, los godos, los visigodos, Isabel y Fernando, Santiago y cierra España, la Santa Inquisición, las ánimas del purgatorio, y la Santa Compaña-, así, a palo seco, lo entendimos todo, y sin hacer preguntas: lo de ser de derechas, además de obligatorio, tenía su lado bueno.
Pero a estas alturas del partido y de la vida, no encontramos explicación, no entendemos nada, con las excepciones de rigor, claro está, de lo que hace -o mejor dicho, de lo que hizo, porque yo supongo que todos estarán profundamente arrepentidos de su conducta, y que no volverán hacerlo- la actual derecha política que nos gobierna. Porque la derecha de toda la vida, la fetén, iba siempre acompañada del señorío, y un señor, incluso un señorito, no aceptaba sobres así como así, porque, entre otras cosas, era pecado, aunque no tan grave como los del sexto mandamiento, ya sabemos, pero no estaba bien, vamos. Dábamos por hecho que los 'otros' eran unos pringaos, pero nunca podíamos imaginar que esta gente, a los que a la gran mayoría de ellos, les sale el dinero por las orejas, se dejaran limosnear por unos sobres, viajes, trajes, o unas clases de golf. Porca miseria.

Yo creo que el problema está en que ahora la derecha no se confiesa, o, al menos, no lo hace con la frecuencia que lo hacía en aquellos tiempos, ni tiene el 'coach' espiritual que le recordaría en sus confesiones aquello que le haría reflexionar sobre la malsana obsesión por el dinero: 'Pulvis eris et in pulvis reverteris', y que no solo el aborto es un gran pecado, sino que también lo es apropiarse de dinero público, sobre todo cuando hay tanta miseria alrededor.

Sabemos que todos somos pecadores, pero los protagonistas de estos casos de corrupción con los que desayunamos todos los días, son pecadores empedernidos. Pero, desde que Chiquito de la Calzada inventó aquel 'cashondeo' del 'pecador de la pradera', quitó hierro y dramatismo al asunto y ahora tenemos la sensación de que esto de pecar ya no tiene tanta importancia. No solo eso, sino que ya ni hace falta devolverlo, pedir perdón, ni arrepentirse, para seguir viviendo tan ricamente, nunca mejor dicho, en esta vida, y posicionarse en buen lugar para la otra, para la eterna, porque la derecha, cuando cree, es que cree de verdad, y así también está convencida de que podrá ir al cielo, faltaría más. Como los angelitos negros de Machín.

Quién se lo iba a decir a Judas, que su amargo remordimiento no le dejó otra salida que la de colgarse de un olivo. Todo por haber pillado un sobre con treinta puñeteras monedas. Para él, Chiquito de la Calzada llegó demasiado tarde.

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