No es un secreto que desde instancias de la Unión Europea se promueve, de forma más o menos velada, tanto el aborto como diversas medidas que colisionan con las raíces cristianas del continente.
Irlanda o Polonia han sufrido presiones por su protección del niño no nacido, y a otros estados se les ha forzado a limitar el derecho a la objeción de conciencia del personal sanitario. También el veto de Parlamento Europeo a un comisario por su defensa del matrimonio entre un hombre y una mujer, mientras que no tuvo inconveniente en elegir como presidenta a una promotora del aborto.
