Los decanos del comercio

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En pleno auge de las compras por internet y con la bajada de persianas amenazando a los negocios pequeños, una villa de arraigo comercial como Celanova mantiene establecimientos que suman años de historia.

Cien años repartiendo ilusiones y algún que otro suculento pellizco. La administración número uno de Celanova celebrará el próximo 4 de agosto el primer centenario desde que José Rodríguez Fernández, secretario municipal en concellos de Terra de Celanova, lograse la autorización provisional para la venta de billetes de lotería "en tiempos en los que no había ni tantos sorteos, ni clientes, ni bancos donde guardar el dinero de los premios", bromea José Pío Álvarez, al frente del establecimiento de la calle Celso Emilio Ferreiro. 

El destino quiso que, antes de que los padres de Pío Álvarez se conociesen, el despacho de loterías pasó de 
un abuelo a otro

El lotero celanovés lleva desde finales de los años 80 al frente de un negocio familiar que empezó su abuelo materno en 1920 pero que, casualidades del destino, acabó en la rama paterna de su familia. "Con la Guerra Civil, mi abuelo Pío (Rodríguez) se tuvo que "retirar" a Parada de Sil y después de aquello, y antes de que mis padres fuesen nada, se lo traspasó a mi abuelo paterno, Germán Álvarez, quien tenía un comercio en la calle San Roque donde vendía de todo, además de ser el encargado de las luces de las fiestas y del mantenimiento del reloj de la Torre", relata Pío Álvarez. Antes que él, su padre José Álvarez Montes lideró el negocio desde los 60 combinando la venta de lotería y electrodomésticos. De los orígenes en blanco y negro, el lotero guarda billetes originales "pocos, porque de aquellas se podrían vender tres o cuatro series", pero también clientes con abonados que han ido pasando de generación en generación. Uno de ellos, el 19.995, dejó en la localidad el mayor premio en proporción otorgado por esta lotería: un millón de pesetas a la serie en el año 1932. 


Negocio en extinción


La historia empresarial familiar de los Álvarez-Rodríguez es probablemente la más longeva, pero no la única en una villa tradicionalmente comercial como es Celanova. En la calle de la Botica, una mercería lleva desde 1950 abasteciendo de tejidos, botones o ropa interior a celanoveses y veraneantes. "Desde que nací llevo detrás de este mostrador porque mi madre tejía y me tenía aquí con ella. Después estuve fuera pero, desde 1992 estoy al frente de la tienda", recuerda Berta María Abraldes Rúa, quien heredó el negocio de su progenitora Eugenia Rúa, aunque no la clientela: "Ha cambiado la gente y también la forma de comprar. La gente mayor compra poco y los jóvenes..." . 

Desde uno de los laterales de la Praza Maior, Rubén Álvarez representa la tercera generación al frente de Confecciones Rubén "y la última, somos un sector en extinción", sentencia este veterano del pequeño comercio (empezó con 14 años, hoy tiene 40) que abrieron sus abuelos en 1940 "combinando tejidos y chocolate", matiza posando junto a las estanterías y el armario original donde se exponían los dulces, un producto de monacal arraigo en la localidad.

En la calle del Paseo (hoy Pardo Bazán) abrió su negocio en 1939 Manuel Gosende, conocido como "o do Comercio". Su establecimiento, que antes había sido bar, "era un Carrefour en pequeño, un bazar donde, menos zapatos y textil, vendía de todo", recuerda Celso quien,  con su hermano Julio, son la tercera generación al frente de Muebles Gosende "y las que vienen", apunta Julio, padre de dos hijas que apuntan maneras. "Uno de los momentos más emocionantes es cuando vas a montar una habitación y ves que el armario de la casa lo vendió tu abuelo, porque te encuentras con la pegatina de Gosende detrás", relata Julio, quien posa con su hermano y la foto del abuelo regalando, para su sorteo, un colchón a la Banda de Música. 

La fotografía de 1960 la firma Montero, otro establecimiento de referencia en la historia comercial celanovesa, donde no faltan tabernas, panaderías o "fornos".

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