ÁGORA ECONÓMICA

Del peligro de naufragio a la esperanza de llegar a tierra firme

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El año 2018 abre con un cambio radical de escenario para Europa y en principio para bien. El continente europeo fue desde el inicio de la crisis el alumno rezagado en la recuperación y las sucesivas turbulencias, sobre todo de carácter político y de falta de cohesión en la toma de decisiones globales, parecían un mal endémico capaz de llevarse por delante no sólo la moneda única, sino también a la propia Unión Europea como la conocemos hasta ahora.

Más que enfrentarse a los problemas de la crisis con una visión práctica y de cierto alcance, como sí hicieron las potencias de Estados Unidos y China, Europa se sumió en tribulaciones burocráticas y se parapetó en dogmas para la defensa de posiciones de ventaja territorial entre los distintos países de la Unión, ya fuese para hablar de deuda, políticas fiscales, legislación financiera, defensa, inmigración o política exterior.

En ese caldo de cultivo se han desarrollado idealizaciones nacionalistas y nostálgicas por parte de muchos actores políticos y han sido mayoría los gobiernos timoratos con la vista puesta sólo en las próximas elecciones y atenazados por el auge de alternativas que espoleaban el descontento social. En todos estos años, solo el Banco Central Europeo y solo tras el inicio del mandato de Mario Draghi, ha dejado ver una postura decidida de corte global por parte de una institución del continente, ya sea nacional o comunitaria. Así, es probable que la política monetaria que se aplicó en Europa tras la famosa frase del mandatario en 2012 : “Haré lo que sea necesario para salvar el euro... Y créanme, será suficiente”, haya sido un dique de contención ante males mayores cuando Europa enfilaba el abismo.

Pero la política monetaria por sí sola no es suficiente ni explicativa de un proyecto económico. Hasta hace muy poco, el brexit, la configuración de un bloque de países de corte autoritario en el este y la postulación para gobernar de alternativas de corte ultranacionalista parecían presagiar que el núcleo duro de la Unión se vería también contagiado por esta deriva autodestructiva con Francia y Alemania en el punto de mira. De nuevo el desafío era de alto voltaje. No había rumbo, no había discurso y no había discurso porque Europa no tenía estrategia, como mucho una dinámica contable e intereses atomizados. Europa se ha movido en posiciones tácticas de objetivo meramente político y,  citando a Sun Tzu en el El Arte de la Guerra, “Estrategia sin táctica es el más lento camino hacia la victoria. Las tácticas sin estrategia son el ruido antes de la derrota”. Pero en este 2018 la situación parece haber dado un giro inesperado.         


Efecto búmeran


Muchas de las principales amenazas para la integridad de la Unión Europea, al final han provocado un efecto paradójico que favorece un escenario para el consenso y la aplicación de políticas comunes.  

Como primer ejemplo, el propio brexit podría estar provocando una oportunidad de impulso para crear un nuevo plan para Europa. Por una parte, tras el resultado del referéndum, los principales gobiernos de Europa han reaccionado y se han conjurado para replantear el futuro del continente. Sin olvidar además que el Reino Unido siempre supuso un freno para cualquier intento de aplicar políticas o estrategias globales para la UE y ahora, fuera del club, favorece una mejor discusión interna. Por otra parte, la digestión del proceso ha dejado al descubierto que los partidarios del brexit habían utilizado más artificios que planteamientos consecuentes para apoyar su postura, dando lugar a la improvisación y a cierto desconcierto en las rondas de negociación con la UE para programar su salida. El glorioso futuro fuera de las “garras” de Europa no solo ha dejado de ser inmediato como pronosticaban los más optimistas de la salida, sino que, por el contrarío, el panorama se torna cada día más sombrío para el Reino Unido. Tanto es así que ya empiezan, incluso, a oírse voces para que pueda darse un segundo referéndum y la propia UE está dispuesta también, tras una postura inicial inflexible, a “abrir los brazos para que sus amigos británicos regresen a la Unión”, según ha manifestado Donald Tusk, presidente del Consejo de la UE.

Así, esta evolución de la deriva británica ha mitigado en cierta medida el entusiasmo de alternativas similares de “desconexión” en otros países europeos. Al final el brexit, con todo lo malo que supone a corto plazo en detrimento del comercio, ha podido tener, paradójicamente, un efecto búmeran a favor de una UE más fuerte y cohesionada.

Efecto rebote han tenido también las críticas del gobierno Trump a la política de defensa europea y a la organización actual de la OTAN. Es cierto que los europeos han desempeñado desde hace mucho tiempo un papel pasivo en las crisis internacionales y sobre todo en conflictos bélicos, si bien, también es cierto que la defensa de sus intereses quedaba muy condicionada por el papel predominante de Estados Unidos y China en campo de la geopolítica o la estrategia militar (en el caso de los asiáticos menos visible o camuflada bajo la intervención sobre el terreno de otros países como Rusia o Irán, pero no por ello menos efectiva en defensa de sus intereses). Europa ha tomado conciencia de que tiene que marcar su propia agenda en defensa y que los países que la componen, de forma aislada, no pueden por si solos hacer frente a los desafíos de la nueva división en áreas de influencia que dejan sistemáticamente a Europa en un lugar secundario. El terrorismo, los conflictos cada vez más cerca de nuestras fronteras, la pérdida de capacidad de mediación…etc, han sacado a la luz las carencias de Europa, lo que propicia una fuente común en términos geopolíticos. Quizás suponga un mayor desembolso militar, como seguramente desea en última instancia el gobierno estadounidense como principal proveedor de armamento, pero en cualquier caso es probable que otorgue indirectamente el beneficio de un punto de inflexión en el protagonismo de Europa a escala mundial.

También se ha observado un efecto búmeran en el terreno de la comunicación. Tras agresivas campañas de corte antieuropeísta, está calando la idea de que las fake news y el fenómeno de la posverdad -o lo que es lo mismo, la manipulación y guerra de panfletos de toda la vida, que ahora se practica en la red con medios de propagación masiva- son el origen principal de muchos contenidos que han dado forma a estas corrientes de opinión. Es probable que Rusia u otros actores jueguen a desestabilizar Europa con “trolls” de opinión, pero esto ha provocado otra vuelta de tortilla, porque ha situado determinadas posturas desestabilizadoras, sobre todo de corte claramente antieuropeo, como resultado de intereses extranjeros y conspiraciones internacionales, contrarios al bien común de los intereses reales de los ciudadanos europeos, dando donde más duele a los “patrióticos” fines de corte ultranacionalista o aislacionista.

A todo ello hay que sumar que los países del sur de Europa van dejando atrás un largo periodo de crisis, aún a pesar de la dificultad de solucionar ciertos desequilibrios internos y de distribuir equitativamente la recuperación, logrando sacudirse la imagen de lastre para el conjunto de la Unión y lo hacen además con gobiernos de diferente color e ideología. Esta mejora desde Irlanda a Grecia, pasando por Portugal y España, ha relajado la tensión norte-sur en el debate europeo y también la contraposición ideológica visceral en aras de visiones más racionales. Ahora que los países del sur, pero también los del este de Europa, tiran del crecimiento, la discusión de la UE puede encauzarse en términos más constructivos.

Pero sin duda, el giro de los acontecimientos que más ha impulsado un nuevo escenario en Europa ha sido la inesperada estabilidad en Francia y Alemania sobre una nueva visión del continente, justo cuando hasta hace bien poco se presagiaba justo lo contrario.                   


Nuevo discurso


Más allá de fundamentos ideológicos u orientación política, la irrupción de Emmanuel Macron, tras ser proclamado presidente francés, ha supuesto la aparición por primera vez en mucho tiempo de una apuesta por la estrategia y la visión frente a la mera gestión burocrática y contable en lo que al futuro de la Unión Europea se refiere.

Las pretensiones reformistas de Macron han quedado reflejadas claramente en su reciente visita a China. En la rueda de prensa que cerró su viaje, instó a la Unión Europea a mostrar más unidad y ambición para poder tratar de igual a igual a las grandes potencias de China y Estados Unidos, así como a defender  sus intereses estratégicos. En palabras suyas, señaló que “hace falta una toma de conciencia” y  “hay que preguntar a los europeos si creen en Europa o no, si creen en la soberanía europea o no”, los estados miembros tienen que decidir si quieren ser “una auténtica potencia comercial”. Según Macron, un ejemplo de las consecuencias de una Europa dividida ha sido el permiso para favorecer que sectores estratégicos hayan quedado expuestos a otras potencias como la china, “China no puede respetar un continente donde una parte de sus países abren sus puertas completamente y es fácil comprar infraestructuras esenciales”, insistió. Macron se presenta además como un líder de fiabilidad internacional en temas como la apertura comercial o la lucha contra el cambio climático, intentando que todo el continente siga su estela.

cuadroue_resultTras el oscuro panorama que trazaba el 2017, no parecía posible que una de las principales potencias europeas pegase un viraje tan contundente en defensa del espacio europeo y se mostrase sin complejos como posible catalizador de los diferentes intereses y sensibilidades dentro del continente hacia el proyecto común.

Pero Macron sabe que Francia en solitario no puede jugar ese papel, y en ese sentido el acuerdo final sellado esta misma semana para el gobierno de Alemania por parte de democristianos y socialistas ha resultado crucial. Parece que los astros se alinean en suerte sobre el relato de Macron.   


Estabilidad e inversiones


Tras la incertidumbre que dejaron los resultados electorales, el preacuerdo entre la conservadora Merkel y el socialdemócrata Martin Schulz apunta al proyecto alemán más europeísta en décadas. De hecho es la agenda de alcance europeo la clave de su alianza, concretada en el objetivo explícito de reforzar el eje franco-alemán. Todo lo contrario de lo que hubiese supuesto el fallido intento inicial de coalición “Jamaica” con verdes y liberales, siendo estos últimos contrarios a cualquier cesión que permitiese reformar la eurozona.  

El partido de Merkel ha perdido escaños y es probable que la canciller inicie su último mandato, pero quizá precisamente por eso se ha sentido más libre y dispuesta a marcar un cambio de rumbo que cree necesario, más allá de las reticencias de los sectores más conservadores y también del ala más extrema de la izquierda con respecto a una mayor integración europea. Un éxito claro en la refundación de Europa, con Alemania protagonizando un liderazgo activo, puede favorecer con el tiempo tanto a Merkel como a Schulz, cuyo acercamiento y afinidad con Macron y sus tesis, también se explica porque de persistir Alemania en un enroque en posiciones dogmáticas e inflexibles con respecto a Europa, sus respectivos partidos se seguirían debilitando en última instancia frente a alternativas más euroescépticas y de corte más populista.      

Ya desde un inicio, si Merkel y Schulz logran la estabilidad de Alemania, los acuerdos a nivel europeo en defensa, seguridad o inmigración podrán coger forma. Sin ir más lejos, Macron y Merkel han mostrado ya una postura conjunta para racionalizar las políticas de inmigración y cerrar así un punto de debate urgente del que han sacado partido las posturas más antieuropeístas en muchos estados.

Pero sobre todo, es el gran plan de infraestructuras y de impulso de la demanda agregada incluido en el acuerdo de gobierno de democristianos y socialdemócratas, lo que puede situar a Europa como una de las referencias del crecimiento a nivel mundial y dar alas a nuevas fórmulas de cohesión en el continente.  


Positivo para España


En todo caso, la agenda de temas pendientes a nivel europeo va cargada de asuntos espinosos, desde el propio alcance del presupuesto de la UE hasta los límites de reducción de deuda de los estados, pasando por la unidad bancaria, los seguros integrados de desempleo, las políticas de medioambiente, etc. Tampoco se han despejado algunos riesgos de relevancia, con las elecciones italianas a la vuelta de la esquina y el brexit sin solución definitiva, pero sin duda el cambio de rumbo ya se ha dejado notar incluso en los mercados, en los que se palpa cierta sensación de optimismo a partir de las buenas perspectivas de Europa y su papel protagonista, por fin, en las alentadoras proyecciones de crecimiento a escala mundial.

Entre los países más beneficiados por este nuevo escenario puede situarse España. Si el brexit dejaba a España bajo la amenaza de un deterioro comercial y turístico para los próximos años, una nueva etapa de mayor estabilidad y crecimiento en la UE, con Alemania impulsando la demanda y dispuesta a reducir su alto superávit comercial, beneficiará sin duda a nuestro país precisamente en las exportaciones y el turismo. Además una Europa fuerte puede jugar un papel más decisivo y productivo también en mercados clave para España como Latinoamérica o el norte de África.

Volviendo al discurso de Macron, en este caso tras visitar las instalaciones del programa espacial chino, debemos tener presente que “los europeos tienen capacidades al más alto nivel y no deben caer en “el catastrofismo” de pensar que EEUU o China están más avanzados”, en resumen “Tenemos todo para triunfar, pero no podemos dormirnos”

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