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Petróleo y bolsa: el laberinto de los efectos paradójicos

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photo_camera Gráfico de la caída del precio del petróleo.

La caída de los precios del petróleo estaría por una parte mejorando la renta disponible de las familias

La pasada semana, en esta misma sección, comentábamos los desajustes que se están produciendo entre la oferta y la demanda del petróleo. Estas perturbaciones están provocando una reconfiguración en la relación de fuerzas del mapa internacional de productores y consumidores, con Estados Unidos como gran potencia emergente que, por primera vez en treinta años ha prescindido de las importaciones del petróleo provenientes de Nigeria y ha reducido las que compraba en otros países al punto de estar en el umbral ya no de la independencia total frente a terceros en el consumo de energía, sino incluso de encontrarse en condiciones de poder exportar parte de sus excedentes.

Esta remodelación tendrá como efecto la paulatina pérdida del protagonismo del cártel de la OPEP en su papel de regulador internacional del precio del crudo a través del control que hasta ahora venía ejerciendo desde el lado de la oferta, abriendo o cerrando el grifo de su capacidad de extracción y comercialización, ejerciendo dicho papel de regulador tanto en función de los propios intereses de los países miembros del cártel como de los de la economía mundial a la que pretendía servir como organismo mundialmente reconocido.

Todo ello traerá consigo una mayor estabilidad a largo plazo en los mercados del crudo al resultar  imposible que un cártel funcione de facto, cuando el principal país productor, esto es Estados Unidos, permanece al margen, alejando los peligros derivados de conflictos bélicos o de revueltas sociales que en Oriente Medio y en otras economías con democracias poco consolidadas o inexistentes, siempre planean sobre las expectativas de inversores y consumidores.

En otro orden de cosas, la caída de los precios del petróleo estaría por una parte mejorando la renta disponible de las familias, de forma directa, por el menor coste de la gasolina y del gasóleo para calefacción, al tiempo que también mejoraría los costes de producción de la práctica totalidad de los sectores de la actividad, impulsando la generación de mayores beneficios e incentivando la realización de nuevas inversiones para ampliar la capacidad productiva, sustituir equipamiento obsoleto o modernizar instalaciones y maquinaria. Esto tendría un benigno e importante efecto multiplicador sobre la demanda de los países importadores de crudo – la práctica totalidad de los países desarrollados, con las significativas excepciones de Estados Unidos y Canadá -, revitalizando la anémica economía mundial y contribuyendo a despejar las recientes dudas sobre el crecimiento de los potencias emergentes con cada vez mayor peso en el conjunto del PIB internacional como son China e India que son grandes consumidoras de combustibles fósiles.

En apoyo de este argumento los análisis del Fondo Monetario Internacional estiman que cada reducción en 10 dólares del precio del barril de petróleo podría impulsa el crecimiento global en un 0,2% en los próximos 2 o 3 años, de lo que se deriva que el mantenimiento del precio del petróleo en el entorno de sus actuales cotas de 50 $/barril (lo que significa un descenso de más de 80 $/barril desde junio de 2014), supondría alrededor de un 1,5% adicional de crecimiento en la economía mundial, después de que en los últimos 6 meses se hubiesen registrado más de 1.300 millones de dólares transferidos, por tal motivo, desde los países productores a los países importadores de petróleo.

Esto mismo puede verse con claridad en el caso de España cuya factura de petróleo asciende a la cifra de 50.000 millones de euros. Las caídas registradas en el precio de la materia prima podrían reducir esta cantidad a una cifra entre 35.000 y 40.000 millones de euros, equivalentes a entre un 20/25% en función del precio al que finalmente se estabilice el mercado, mejorando las ya optimistas cifras del crecimiento de la economía española que podrían sobrepasar holgadamente el porcentaje del 2% anual en 2015.

Teniendo en cuenta la magnitud de la cifras anteriormente comentadas, no es de extrañar que algunos analistas hayan descrito las recientes caídas en los precios del petróleo como una “facilidad cuantitativa” inyectada en los bolsillos de los consumidores – familias y empresas – europeos, mientras que otros expertos se han centrado en analizar la posibilidad de que las transferencias pudiesen ser utilizadas para reducir determinados impuestos o subsidios, aliviando la presión fiscal sobre los ciudadanos sin incurrir en mayores déficits, como ya ha hecho el gobierno indio al suprimir el subsidio sobre el consumo del gasóleo sin merma de la capacidad adquisitiva de los consumidores.

Abundando en los efectos positivos que el petróleo puede tener sobre la economía mundial, no está de más recordar que cuando en 1986 la OPEP se mostró incapaz de controlar la sobreabundancia de oferta y los precios descendieron en un 50%, el crecimiento económico mundial se aceleró hasta alcanzar una tasa máxima del 4,6% en 1988, siendo este un porcentaje que no volvió a registrarse hasta el año 2000. Mientras que las caídas que tuvieron lugar en el precio del crudo en el año 2008 como consecuencia de la Gran Recesión, fueron también la causa del rebote en el crecimiento mundial que se produjo en el año 2010.

Todo lo cual nos lleva a incidir en la extrañeza de que ante este panorama, se esté considerando al comportamiento de los precios del petróleo como uno de los factores desencadenantes de los batacazos que, en un entorno de extrema volatilidad, se están produciendo en las Bolsas desde mediados de diciembre de 2014, equiparándolo a factores aparentemente tan alejados del mismo, como el problema griego, las dudas que siguen planeando sobre el sistema financiero de los países de la zona euro, o la publicación de determinados datos macroeconómicos que han defraudado a las expectativas formadas sobre los mismos.

Sin embargo, si descendemos algunos peldaños en la escalera de nuestro análisis nos encontramos con que, en primer lugar, la reacción de las Bolsas a las caídas del precio del petróleo como consecuencia de la ralentización económica mundial, en realidad están escondiendo un temor a que esa desaceleración nos esté conduciendo a una tercera salida en falso de la crisis que estaría afectando no solo a Europa y Japón, sino también a los Estados Unidos y a las economías de los países emergentes.

De esta manera, una parte importante de la mala evolución de los mercados bursátiles, no estaría ligada al comportamiento del precio del petróleo “per se”, sino que sería más bien un síntoma de los temores de los inversores institucionales que, con su elevada aversión al riesgo, estarían buscando refugio en una economía como la norteamericana cuya pujanza queda puesta de relieve al considerar las tasas de crecimiento registradas en el tercer trimestre del pasado año, y que estaría en condiciones de  ofrecer una mayor rentabilidad al capital financiero aupada a los hombros de las posibles y esperadas subidas de tipos por parte de la FED en el segundo semestre del año.

Estos flujos de capitales hacia los Estados Unidos serían la causa principal de la fuerte apreciación del dólar registrada en los últimos dos meses de 2014, no solo frente al euro sino también ante otras divisas, principalmente de los países emergentes que al ver encarecidas sus importaciones experimentarían también una mayor inestabilidad de sus ya por sí frágiles economías, lo cual propiciaría la salida de ulteriores flujos de capital hacia Estados Unidos, retroalimentando la espiral de depreciación de sus monedas.

En este contexto, también se produciría un encarecimiento de las importaciones de los países cuyas monedas estuvieran depreciándose frente al dólar, aunque abarataría el coste de sus exportaciones. Pero este segundo efecto se vería fuertemente mitigado en los países altamente dependientes de las exportaciones de petróleo y otras materias primas de uso industrial, como el acero o el cobre, que por mor de la menor demanda mundial de la mismas y de su mayor precio, al cotizarse en un dólar fuerte, también están viendo reducir sus precios.

Por su parte, incluso Estados Unidos podría, a medio plazo, empezar a acusar problemas en su economía por el encarecimiento de sus exportaciones y por la menor demanda de los productos que vende en los mercados internacionales por la contracción del comercio mundial motivada por la debilidad de la demanda en Europa, China, Japón y otras muchas economías emergentes.

A todo ello habría que añadirle otros dos ingredientes que contribuirían a agriar el sabor de la recuperación económica como son, por una parte la paralización de muchas de las inversiones en curso en la industria del petróleo, del fracking y de sus derivados, y por la otra de la “financiarización” que desde finales de los años 90´s ha experimentado el petróleo y otras “commodidities”.

Las espectaculares mejoras en las técnicas de prospección y extracción de esquistos han reducido el “punto muerto” a partir del cual el fracking empieza a ser rentable, estableciéndolo en el entorno de un precio del barril de petróleo de entre 57 y 60 dólares, siendo el coste de realización de una prospección de tan solo 1,5 millones de dólares y habiéndose reducido a menos de dos semanas el período de tiempo necesario para abrir un nuevo pozo, datos que contrastan con los costes muy superior y los más de tres meses de prospecciones que pueden llegar a costar las perforaciones en las aguas profundas del Mar del Norte o del Océano Ártico. Pero, aún así, con el precio del barril de crudo por debajo de los 50 dólares, habrá importantes parones en la prospección y explotación de los nuevos descubrimientos, afectando no solo a la totalidad de la cadena de extracción, refino, almacenamiento y distribución del crudo, sino también a las empresas de ingeniería, construcción naval, servicios auxiliares, etc., que actúan como proveedoras de los insumos de la misma en la cadena de producción.

Y teniendo en cuenta que la mayoría de todas estas empresas, tanto las grandes multinacionales como las más pequeñas que operan en mercados más reducidos, se han apalancado fuertemente para realizar sus inversiones y que, en el caso de Estados Unidos, una parte importante de dicho apalancamiento proviene del mercado de los bonos basura, no es descartable que podamos estar a las puertas de otra debacle financiera cuya intensidad dependerá tanto de la prolongación temporal de un mercado bajista del petróleo, como del número de empresas productivas que puedan declararse en suspensión de pagos, situándonos en un escenario que algunos analistas no dudan en señalar que presenta  grandes similitudes con el preexistente a la explosión de la crisis de las hipotecas subprime, cuyos devastadores consecuencias todavía no hemos logrado superar.

En tanto que la caída de la cotización de las empresas relacionadas horizontal o verticalmente con la industria del petróleo, y la pérdida de valor del mismo y de otras materias primas que sirven como colaterales en operaciones financieras, redundarán en una alta e indeseable volatilidad en los mercados de capitales, impidiendo que en una época de tipos de interés próximos a cero, la política monetaria pueda desplegar todo su potencial de estímulo a una situación económica que no termina de repuntar.

En principio, la caída de los precios del petróleo va a general una deflación buena, sin repercusiones en la “deflación mala” que sería la subyacente -aquella que resulta una vez descontada de la inflación/deflación total la atribuida a la evolución del precio de las materias y de los alimentos sin elaborar más bebidas, alcohol y tabaco-, un símil del colesterol bueno y el malo. Pero, aún así, los riesgos podrían verse agravados, dadas las incertidumbres que sobrevuelan al respecto sobre todo en Europa y Japón, adentrándonos  en un banco de nubes deflacionista donde resulte difícil predecir si finalmente la deflación buena puede llevar traer consigo también sus dosis de inflación mala, determinando la implementación de unas políticas monetarias en Europa y de tipos de interés en Estados Unidos más o menos agresivas, según los casos, de lo recomendable, acentuando la perversidad de un ciclo económico que en vez de moverse en sentido lineal lo hace en un laberinto circular del que no sabemos salir.

Aunque si pretendiésemos ser realistas quizás deberíamos concluir que es el pragmatismo de los mercados bursátiles el que les aleja de confundir causas y efectos, siendo la evolución de los precios del petróleo tanto un síntoma de las cosas que ya han sucedido en el escenario económico global, como una pesimista proyección de los temores de unos inversores escarmentados por la crisis y altamente sensibles a cualquier probabilístico augurio negativo de lo que pueda ocurrir en un cercano futuro que ellos mismos, en la consabida paranoia de la profecía autocumplida, están coadyuvando a sostener, cuando no a crear.

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