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Erzsébet Báthory, la condesa sangrienta

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photo_camera La condesa sangrienta, por Santiago Caruso (2009).

Era el 31 de julio de 1614, cuando un carcelero encontró a Erzsébet Báthory muerta en su celda en el castillo de Cachtice.

Uno de los carceleros que la vigilaba descubrió que estaba muerta; desde el pequeño orificio por el que le introducía comida se veía perfectamente, el cuerpo de la condesa yacía inerte boca abajo. Nada le extrañó, es más, en su interior recibió, si no un soplo de alegría, sí un alivio. Nunca más volvería alimentar al monstruo. Era el 31 de julio de 1614, Erzsébet Báthory (Hungría, 1560, 1614) tenía 54 años, y hacía cuatro, que había sido encerrada en su castillo de Cachtice, el mismo al que tras su matrimonio con Ferenc Nádasdy, un combatiente enfrascado en mil combates al que reconocían con el sobrenombre de “Caballero negro de Hungría”, por su afán de empalar enemigos, había llegado junto a sus suegra. Había sido él, algo habitual entre nobles, el que la ilustró -hay constancia epistolar- en la forma de castigar adecuadamente a sus sirvientes. 

La pareja, aunque apenas se veía tuvo cuatro vástagos, Ana, Úrsula, Catalina y un único varón, Pablo. Es en 1604 cuando tras una de aquellas batallas, Ferenc enferma y muere, y a la viuda, de 44 años, se le abre la espita de esta truculenta historia de sangre, entre la mitología y la realidad, que ha inspirado no pocos episodios literarios. “Vivía delante de su gran espejo sombrío, el famoso espejo cuyo modelo había diseñado ella misma...Tan confortable era que presentaba unos salientes en donde apoyar los brazos de manera de permanecer muchas horas frente a él sin fatigarse”, así describe Alejandra Pizarnik, en “La condesa Sangrienta", cómo, desde su privilegiado trono, “mira torturar y oye gritar”; son los sirvientes los que torturan a fuego y hierro a las muchachas para su deleite y para recibir para sí el elixir de la eterna juventud, en forma de sangre con el que la condesa bañará su cuerpo. 

Pizarnik -1971- se inspira en la obra de Valentíne Penrose, de 1957. Espejos también -de un restaurante-, y la presencia de la condesa sangrienta, son pretexto para la novela “62/modelo para armar” (1968), de Cortázar.

630 mujeres jóvenes, reclutadas para sí por sus propios sirvientes. Los peores rumores se hacen realidad, Todas ellas, antes de ser enterradas en el propio castillo y alrededores, habían sido cruelmente torturadas, flageladas hasta el desgarro, seccionados todos sus miembros, perforadas y cortadas varias veces. “Si la condesa se fatigaba al oír los gritos les cosían la boca”.

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