LA REVISTA

Marga Gil, amor y locura por Juan Ramón Jiménez

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photo_camera Retrato de la escultora y poeta Marga Gil.

El poeta era un ser odiado y admirado a partes iguales, enamorado de sí mismo y con aires y vicios de señorito; también enamorado de Zenobia Camprubí.

El poeta Juan Ramón Jiménez se aferró a un anagrama propio, JRJ, a imagen de RMR, el de su admirado Rilke. 1926, el poeta vislumbraba un mundo donde su voz, su tono, también su particular grafía, le harían inconfundible. Faltaban muchos años, en 1956, para que, ya herido de muerte, le otorgaran el Nobel. El poeta era un ser odiado y admirado a partes iguales, enamorado de sí mismo y con aires y vicios de señorito; también enamorado de Zenobia Camprubí, En “Diario de un poeta reciencasado”, escrito a los pocos días de su boda, lo anota.


Una mujer, otra, Margarita Gil Roësset (1908-1932), escultora y poeta madrileña irumpe en su vida. Una joven menuda, frágil y hermosa, nacida en el seno de una familia de posibles, que se aferra a la escultura desde los 15 años de la mano del maestro Victorio Macho, un portento en su esculturas funerarias. A los 20 años la joven alumbra la “Maternidad”, uno de sus mayores hitos. “Adán y Eva”, dos años después, la encumbran al asombro y la crítica. Su mano es firme, pero su cabeza alberga otras guerras.


A casa del poeta JRJ llega por encargo, el de plasmar un busto de su amada Zenobia. La escultora se enamora locamente; la locura no pregunta, llama y punto. Los amores no correspondidos tienen mucho de espanto; las circunstancias le alcanzan con ímpetu romántico. Antes se lo restriega por escrito, en notas que sobresaltan el momento.


El delirio amoroso no pervierte el trazo en firme del retrato de su esposa. Café en vena envuelven su ánimo, todo aquello se vuelve patético. El poeta resiste el alocado envite, difícilmente imagina el desenlace.


Ella, antes, destroza su estudio, prepara cartas para sus allegados, incluida Zenobia; los diarios, llenos de poesía amorosa y de imposibles, serán para el poeta. A JRJ le entrega en mano una carpeta amarilla con la consigna de no ser leída al instante. Calle abajo, desfila penitente. Era jueves. 28 de julio de 1932. Con el revolver de su abuelo desafía el amor y el olvido. Pero el poeta no olvida, “En Españoles de tres mundos”, la recordará con esmero. Aquella carpeta amarilla, con las vicisitudes de un camino tortuoso, ha sido publicado por la Fundación Lara como si fueran secretos de enamorados. Lo fueron.

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