CRÍTICA

“Spider-man: Lejos de casa”

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La cinta no logra aquel punto de cocción desinhibido que funcionó en “Homecoming”

Las vacaciones europeas de Peter Parker tienen, tal y como estaba anunciado, más de epílogo de la colosal “Endgame” que de secuela de “Homecoming”. No en vano “Spider-Man: Lejos de casa” es, en la cronología oficial del Universo Cinematográfico Marvel, el final de la Fase 3 y no el inicio de la Fase 4, la nueva era en la que Peter está llamado a ser uno de los buques insignia. Sin ser definitiva, su condición de nota a pie de página en el macroserial más taquillero de la historia, condenaba ya al filme a estar al servicio de la gran rueda, un sacrificio en favor del conjunto capaz de generar ya a priori cierta insatisfacción. Una sensación que, tal y como demuestra “Spider-Man: Lejos de casa”, es difícilmente reversible.

Marvel acierta al elegir a su héroe más simpático y de vuelo más ligero para pasar el trago tras la traumática apoteosis vengadora. Pero, aunque la desvergüenza con la que el filme lidia con las secuelas, e incongruencias, que dejó el catártico carrusel de chasquidos es una gamberrada genial, más allá de su desvergonzado arranque, el nuevo Spider-man de Jon Watts, al que de nuevo acompañan los guionistas Chris McKenna y Erik Sommers, no logra encontrar aquel punto de cocción teen y el humor desinhibido que funcionó tan bien en ‘Homecoming’.

Sí funciona, en cambio, el Mysterio de un Jake Gyllenhaal al que bastan unas pocas escenas para convencer de que su elección fue un acierto rotundo y de que los grandes actores funcionan incluso disfrazados de bola de cristal parlante. 

En su magnética segunda mitad, el filme también pone encima de la mesa algunas reflexiones más actuales y, por tanto, más interesantes, que versan sobre la vigilancia global, las mentiras masivas o sobre cómo en una sociedad cada vez más dependiente tecnológicamente la realidad puede ser suplantada por las ilusiones del mundo virtual.

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