Chabola con huerto en el Loña

En el punto en el que se unen los ríos Loña y Miño habita, desde hace tiempo, una improvisada inquilina. Esta moradora, que prefiere mantenerse en el anonimato, afirma “estar de paso”, aunque el asentamiento en el que habita al margen del río no es el primero que construye. Hace ya dos años habitaba una casa en el margen del Miño. La vivienda la levantó con adobe de fabricación casera. Afirma que tuvo que abandonar su otra casa porque la echó “el río”: esto es, en una de las crecidas del Miño su vivienda se vino abajo y tuvo que cambiar de emplazamiento. Consciente de su irregular situación, no permite que se hagan fotografías del mismo, aunque sí de parte de él. Muestra orgullosa una tienda, a la que describe como “hippie” y le llama “Sen paranoia”. En ella vende diferentes frutas y hortalizas para ganarse la vida y que consigue recolectando semillas. El resto del asentamiento lo conforman unas tiendas de campaña hechas de plástico; otra cabaña en la que guarda su ropa. Cocina en un horno de adobe elaborado por ella misma. En el centro de ésta hay garrafas de agua colocadas en círculo y en una esquina, una hoguera. Aunque muestra su intención de abandonar este asentamiento e intentar probar suerte en las Canarias o volver a su país natal, Brasil, las condiciones en las que se encuentra le imposibilitan encontrar trabajo u otro lugar en el que instalarse. Asegura que “hace pocos días”, fueron a visitarla la Policía, la Cruz Roja y los servicios sociales, con los que, según comentó, están “intentando arreglar la situación”. “No me contratan en ningún lado, la hostelería está muy mal”, lamenta mientras recoge la ropa que tenía colgada en la barandilla del paseo del Loña. Interior de una de los cobertizos, con un horno de barro. “Nadie me ayuda" “Me echaron del albergue el día del Estado de alarma, no me quieren allí”, afirma. “No sé por que aquí no ayudan a la gente, cuando la gente de aquí viene a Brasil todo el mundo le ayuda a salir adelante”, asegura quejándose de la falta de ayuda al desfavorecido que llega a España, donde lleva ya más de 25 años. Comenta “no tener miedo de vivir allí” porque “¿quién va a venir aquí? Además, está ahí el edificio de la Policía, ya me conocen y son todos mis amigos”. Reconoce que en invierno “hace bastante frío” y también relata como hace pocos días la sorprendió mientras cocinaba una serpiente que procedía del río. Esta situación tiene una difícil solución, ya que, debido a la ilegalidad del asentamiento, no podrá mantenerse viviendo en esas condiciones mucho más. A ello hay que sumar a la imposibilidad de encontrar un empleo y otro lugar en el que quedarse, asegura que “se quedará sólo el tiempo necesario”.