“La corrupción es ética, y cuando eso ocurre comienza la ley de la selva”

Leonardo Lemos Montanet, en un momento de la entrevista. (Foto: Xesús Fariñas)
Cumple un año al frente de la Diócesis de Ourense con una presencia pública más que notable y una capacidad incansable para recorrer los pueblos y parroquias que la componen. Ambicioso en lo espiritual -quisiera 'llegar a santo'- el obispo José Leonardo Lemos Montanet es claro en la defensa de los intereses de la Diócesis y contundente en el diagnóstico que hace de la sociedad actual y del propio estado de la Iglesia.
Menuda semanita lleva con la renuncia del papa. ¿Le ha sorprendido tanto?
La noticia ha sido desconcertante. Cuando me lo comunicó una pariente mía le dije: 'Anda, déjate de cosas', no daba crédito. Después pasé a la aceptación clara de que la renuncia iba de acuerdo con el planteamiento existencial de Benedicto XVI, un hombre que siempre ha sabido vivir con coherencia su vida. Su naturaleza cada vez está más frágil y no por la enfermedad en sí, sino por el discurrir de los años. Piense que los últimos meses del pontificado de Juan Pablo II eran una angustia personal.

¿Cuál es su apuesta?
No tengo. Pero no estoy preocupado, lo único que le pido a Dios es que tengamos un papa como los del último siglo. Nos ha dado unos pontífices excepcionales. Apostar es muy difícil y acertar más. Quién nos iba a decir que íbamos a tener un papa polaco. Creo que las circunstancias son distintas y en la aldea global puede ser cualquiera.

Pero deseará un perfil...
Eso sí, el de un hombre no mayor de 70 años, porque en 10 años nos abocamos a un papa anciano; con buena salud, buen conocedor del pensamiento actual, evidentemente de la teología, en sintonía con el Concilio Vaticano II y la nueva evangelización, y que tuviese capacidad para las lenguas. La Iglesia es católica, universal y, por tanto, debe hablar.

Fíjese que todo coincide con su primer año de gestión al frente de la Diócesis de Ourense. ¿Qué balance puede ofrecer?
Es muy intenso y la relación con el clero fue magnífica, no sabemos aprovechar ni valorar a los sacerdotes que tenemos. Si tuviese que decir el único contratiempo, ese es el de cualquier padre de familia numerosa. La Diócesis es familia de familias y si en nuestros hogares se pasan dificultades económicas, imagínese aquí. No he podido ayudar a las parroquias como quisiera, a los templos con necesidades. Y tenemos muchas dificultades con el patrimonio artístico. Yo no quisiera ofender a nadie pero después de Santiago, Ourense es con Lugo la diócesis que más patrimonio tiene. Mantenerlo en pie y en conservación medianamente buena es muy difícil.

Pero ustedes han llamado a las puertas de las administraciones y la Xunta alardeó de su compromiso con la Catedral, por ejemplo.
La relación no fue satisfactoria porque se vive también una tremenda época de recortes, aunque agradezco la ayuda de la Consellería de Cultura; claro que son ayudas puntuales para la Catedral, a la que yo llamo 'la cenicienta de Galicia'. Trabajé en el Cabildo de Santiago y el Pórtico de la Gloria es incomparable. Pero, oiga, tenemos el del Paraíso, donde la belleza de su policromía está todavía ahí; en otros lugares se ha perdido. Y si no lo custodiamos también podemos perderlo. Realmente, este es el hándicap con el que me encuentro en el ejercicio del ministerio pastoral en la Diócesis. Bueno, y la creación de un museo diocesano. El lugar lo tengo, pero me faltan los mecenas, aunque no sé si veré colmado este deseo.

A lo mejor es que la Consellería de Cultura solo piensa en Santiago.
Pues a lo mejor no está muy equivocada (ríe), pero Galicia es más, mucho más. La Xunta eso tiene que saberlo.

Acaba de sacar su primera carta pastoral donde hace un diagnóstico, pienso que pesimista, de la sociedad actual.
Pesimista no, ni hablar.

¿No se lo parece con esas referencias al consumo generalizado de droga o a la corrupción en aumento?
Bueno, si eso es pesimismo... Es puro realismo. La única frase pesimista la cogí de un obispo emérito, un gran conocedor de España, Fernando Sebastián, que detecta que la acogida de lo religioso es satisfactoria pero no la del catolicismo.

Pero la Iglesia Católica también tendrá una responsabilidad en esa situación.
Sí, por supuesto, pero la Iglesia también son los bautizados. Si tenemos gente que está devaluando el valor católico en nuestra situación social, nos perjudica a todos. El diagnóstico, insisto, es realista, aunque sea crudo. Además, fíjese en nuestra demografía y el contraste del hecho del aborto, esto es una aventura sin salida. Habrá que cambiar un poco la política de natalidad, crear iniciativas de conciliación. Hasta los políticos se lo están cuestionando.

Los políticos y la corrupción. Usted los critica en su carta. ¿Cómo ponerle remedio?
¡Ay Dios mío! La corrupción que estamos viviendo es de tipo ético; cuando eso ocurre y una persona pierde la orientación ética, comienza la ley de la selva. Ganan los que tienen la mejor tajada y los pobres son cada vez más pobres. Solución: es necesaria una regeneración pero ¿quién lo va a hacer? A Dios rogando y con el mazo dando, pero tienen que aportar algo aquellos que están en el poder y los que colaboran con él.
También habrá que regenerar en el propio seno de la Iglesia Católica, tras los errores que usted, por cierto, no oculta.
En eso estamos trabajando. El papa marcó pautas en la regeneración dentro de la Iglesia. Fíjese en lo que halló y decidió sobre la pederastia. En algunos de sus documentos es altamente revolucionario, tuvo un coraje inaudito en un hombre de su edad. En un colectivo grande como la Iglesia siempre habrá algún corrupto pero la corrupción de los mejores es la peor corrupción, ya lo decían los clásicos. Tiene que gobernar el mejor ciudadano, pero claro, cuando miras y ves a los que nos están gobernando, mejor escápate. Y el sacerdote está llamado a ser el aristócrata de Cristo, si se convierte en un antisigno, ¡madre mía! Por eso, la Iglesia reconoce que algunos de sus hijos han sido causa de desencanto de otros cristianos. Somos responsables todos de nuestra propia fe y de la de los otros.

“¿mi aspiración? ser santo”
Verá. Su Diócesis pleitea con varios ayuntamientos por el cobro del IBI en propiedades no dedicadas al culto, obteniendo resultados dispares.
Sólo una sentencia nos ha sido desfavorable, en las demás no porque, gracias a Dios, en España hay unas leyes, y la Iglesia, como institución, se acoge a ellas. No es verdad que sean privilegios las exenciones del impuesto.

Pero con la que está cayendo sería un ejemplo pagar como los demás.
Le voy a decir una cosa. A la Diócesis de Ourense le sería mejor pagar el IBI que a los abogados que defienden sus derechos. Cuando se habla de este impuesto no lo hacemos de grandes cantidades, el problema es que se plantea en contra de los bienes relacionados con nuestras parroquias, y hay otras instituciones, como fundaciones públicas, sedes de los sindicatos y de los partidos políticos, que están exentos del impuesto. Si la ley cambia, nos acogeremos a la que sea; pero mientras, establece que ciertos bienes de la Iglesia que tienen unas funciones determinadas, están exentos de pagar el tributo, y eso hacemos. Claro que cuando la ideología se mete por el medio se intoxican las relaciones. Y en este país las ideologías nos hicieron mucho daño. Las ideologías pueden desatar fanatismos y en momentos de dificultades como los actuales pueden desestabilizar a ciertos elementos. Por eso hay que fomentarlos principios democráticos de convivencia.

¿Cómo ayuda la Iglesia a los más desfavorecidos en esta situación de crisis económica?
La Diócesis de Ourense tiene pisos y acoge a numerosas personas en situación de riesgo. Mujeres maltratadas, personas complicadas en situación de alcoholismo y drogodependencia, inmigrantes -tenemos pisos de la Diócesis y ahí pagamos la contribución urbana, que fueron legados testamentarios-, los que salen de la prisión en régimen de semilibertad también son acogidos. Y piense en la labor de las Cáritas, parroquial y diocesana, la Conferencia de San Vicente de Paúl. Y aún así no llegamos.

¡Caray!, menudo patrimonio tienen ustedes.
Sí, pero es un patrimonio que genera muchísimas dificultades de mantenimiento. Imagine que pudiésemos trasladar, por ejemplo, el monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, piedra a piedra, hasta A Valenzá, que está tan necesitada de un templo, sería más fácil mantenerlo. Sí, pero la Consellería de Cultura nos apedrearía.

Está reordenando los arciprestazgos y creando unidades pastorales (donde los fieles ayudan) para mantener la presencia de la Iglesia en el rural y en aldeas aisladas. ¿Están tan faltos de sacerdotes?
Claro, pero aun así no nos podemos quejar. Quiero que los sacerdotes las entiendan como necesarias porque son también para que esté ayudado. Porque el comportamiento de alguno de ellos es heroico porque reúne a la gente, toda mayor, y hace una labor de verdadera asistencia social. Desde luego, el obispo sin los sacerdotes no es nada.

Pues lo tiene difícil por la falta de predisposición al sacerdocio. ¿Por qué la desgana?
No es eso, es que tenemos una sociedad muy compleja. Estoy radicalmente convencido de que el Señor sigue llamando pero necesitamos colocar el camino adecuado para que esas llamadas no se apaguen. Hoy nuestros chicos tienen demasiados reclamos, en una sociedad del consumo lo importante es tener, hacer una carrera a través de la cual puedan ganar mucho. Si después no se gana mucho, ahí vienen las decepciones que vivimos en la provincia; los jóvenes tienen que emigrar. Eso es una tragedia, como lo fue en décadas anteriores. A nuestros chicos se les plantean los objetivos de tener más, cuando realmente eso no les va a hacer más felices.

¿Ser obispo de Ourense cumple todas sus aspiraciones?
Mi máxima aspiración es la de cualquier cristiano, ser santo.

Pues no pide nada.
¡Ah! Lo pido todo. Esto es lo más importante y por eso Benedicto XVI, que también quiere ser santo, ha tomado una decisión valiente y ha dicho: 'Me aparto, os dejo el camino libre y yo me voy a rezar'. No es necesario apartarse para ser santo, pero sin rezar y sin ayuda a los demás, no se puede. Ese es mi ideal. Jamás pensé ser obispo, pero cuando me hicieron sacerdote me puse al servicio de la Iglesia y cuando llegó la llamada, la acepté.

No me diga que no le gusta el cargo.
No me disgustó; me aplastó el nombramiento, por la responsabilidad que supone. Estoy contento, lo único malo es que los de Ourense me hacen comer mucho.

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