Historias de un sentimental

El día que el pueblo de Ourense impidió la instalación de una celulosa

Carreño, a la derecha, Randulfe y Zabala, a la salida de la asamblea.
photo_camera Carreño, a la derecha, Randulfe y Zabala, a la salida de la asamblea.

El 13 de febrero de 1975, todavía estaba Franco en El Pardo cuando, por iniciativa del Ateneo de Ourense, se celebró en el salón de actos de los Salesianos una multitudinaria asamblea del pueblo de Ourense contra la Celulosa que Celulosas de Guipúzcoa quería plantar en el río Miño a un tiro de piedra, como quien dice, de la ciudad. Yo estaba allí y fue emocionante, y al salir casi le zumban a Ángel Mario Carreño Maribona, gerente de la OPRIN, que era uno de los partidarios. El coloquio fue moderado por el profesor de geografía Javier Martínez Raldulfe. Por la empresa vascongada dio la cara un tal Zabala, que parecía Búfalo Bill. Gracias a los directivos del Ateneo, a la salida él y Carreño salieron bien parados. En el coloquio fue determinante la intervención de los catedráticos de la Universidad de Santiago Bermejo y Domínguez Carmona, el hidrólogo Quiroga y el profesor de geografía ourensano Albino Núñez. Carreño defendía los puestos de trabajo directos e indirectos que crearía la celulosa, con una inversión de 8.000 millones de pesetas de la época, pero los científicos explicaron los riesgos irreversibles que causarían en el sistema ecológico del río Miño y sus efectos derivados.

La celulosa que pretendía instalar en el Miño agua abajo en Barbantes había sido previamente rechazada en el País Vasco e incluso para otra celulosa se citaba otro emplazamiento en el Sil en O Barco. La polémica fue muy viva. A los indicios de posibles ubicaciones alternativas se sumaban rápidamente reacciones adversas. La Cooperativa de O Barco emitió un comunicado de rechazo a la instalación dadas las graves consecuencias que la misma traería para la viticultura de Valdeorras.

La crítica a la instalación de una celulosa en Barbantes u O Barco la sostuvieron esencialmente los sectores agropecuarios y vitivinícolas. Y se subrayaba que con la ayuda que la administración iba a conceder a la empresa, se podrían crear más puestos de trabajo que los que dicha fábrica podría suponer. En el análisis crítico de lo negativo que era para Ourense el proyecto coincidieron el economista y profesor del Colegio Universitario de Vigo José María Mella Vázquez, y el profesor de la Escuela de Comercio de Ourense Javier Martínez Randulfe, que tuvo una actuación memorable en la asamblea de los Salesianos.

Ni a los científicos ni a los ourensanos presentes les convencieron las explicaciones del señor Zabala sobre las medidas anticontaminantes. Como esta planta no la querían en las vascongadas, anduvieron bailando con ella por Galicia adelante y, dada la experiencia ourensana, tampoco tuvieron éxito en otros intentos de colocarla tramos abajo del Miño en la zona de Arbo-Crecente. Yo estaba allí y fui uno de los cronistas del evento. Piensen que, en aquellos días, fue un éxito que el gobierno civil autorizara la asamblea, pero no se pudo resistir a la presión de la calle y al respeto que merecía el Ateneo. David Ferrer, que era químico, tuvo una actuación memorable. Nunca más he vuelto a ver aquel espíritu de Ourense, aquella ciudad encendida, unida, solidaria, valiente y decidida. El carnicero de la plaza del Puente al que compraba mi madre, un tipo decidido y de vanguardia, al saber que pretendían llevar la celulosa aguas abajo, decía enfáticamente: “¡Que fagan como nós”. El proyecto de la Celulosa contaba con el apoyo del gobernador Civil LLobel Muedra, un franquista en estado puro, que acusó, ¡cómo no! a un partido ilegal estar detrás de lo que fue un espontáneo movimiento popular del pueblo de Ourense.

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