La escuela política de un maestro

José Luis Baltar, emocionado, en su comparecencia de ayer. (Foto: Xesús Fariñas)
Todavía el domingo día 13 acudió a la Diputación para poner su firma en varios documentos, antes de entregar unos premios en Eiroás. Después iría a misa a Rairo, aunque sólo llegó para la procesión; aún así, no volvería hasta las dos y media a casa. Y por la tarde más: la agenda contemplaba el entierro de un concejal de Baltar y el de un paisano en Esgos, donde estuvo el tiempo justo para presentarse puntual en A Rúa a una reunión de partido.
Así un día tras otro, laborable o no. Sus alcaldes, sus colaboradores, su familia lo saben bien. Ese es, además, uno de los argumentos que José Luis Baltar Pumar (Esgos, 1940), todavía presidente del PP en Ourense, ha empleado para iniciar el camino de la jubilación política a sus casi 70 años, porque la profesional la adoptó en el momento en que dio el salto a la presidencia de la Diputación de Ourense, era enero de 1990, desde Nogueira de Ramuín, su municipio de adopción. Pero es también el día a día de un trabajador incansable, que sólo a fuerza de una capacidad de presencia inagotable en todo el territorio provincial pudo llevar al Partido Popular de Ourense a sus cotas de poder más altas y a un modelo de gestión y de control político férreo como nunca se había visto en la provincia, a un ejercicio del poder tan aplaudido como denostado. Difícil para cualquiera que le suceda será mantener ese ritmo, pero sobre todo la cercanía, el trato afable, el chiste a punto y el perfecto compadreo con una provincia de pueblo por el que le colgaron un buen día la boina, que lleva, dicho sea de paso, con orgullo.

Baltar era, aún es porque le queda camino que lidiar hasta el 30 de enero, el boss ourensano, capaz de anunciar sin reparo que atornillaría al conselleiro Orza por reaccionar poco, o mal, a la crisis de Valeo; de plantar cara al mismísimo Manuel Fraga, escudado en cin co diputados autonómicos -su hijo entre ellos- que dejaron en minoría al entonces todopoderoso presidente de la Xunta; y hasta de decir no -por fidelidad a Xosé Cuiña, que no despecho al recién llegado, como repitió con insistencia-, a que Alberto Núñez Feijoo encabezase la candidatura por Ourense en las elecciones autonómicas de 2005.

Corría el año 2003 y a Baltar no se le escapaba nada. Prueba de ello es que sólo un año después, en el congreso provincial de 2004, lograba el aplastante respaldo de un 98 por ciento de los votos de los 1.649 compromisarioscon derecho a voto en aquella convención, un porcentaje seguramente imposible de mantener para cualquier sucesor.

José Luis Baltar era diputado en la Diputación provincial cuando se vio encumbrado a la presidencia por descarte. Pero aprovechó la coyuntura y logró el doblete cuando, tras presidir la gestora que tramitaría la inte gración de Centristas de Galicia en el PP, se hizo con la presidencia del partido en sustitución de Tomás Pérez Vidal. Y ahí comenzó el ascenso de aquel maestro de escuela que gustaba de recordar en las cenas de amigos y compañeros sus viejos empleos de revisor de autobús en Esgos o de transportador de wolframio para sobrevivir. Se codeó con los poderosos de la política sin renunciar a sus orígenes, pudo crecerse más en los escalones de la cosa pública pero un mundo fuera de Ourense significaba perder presencia y poder; por ello, le bastaba subir a la vacía caja de refrescos para llegar justito al atril desde el que arengar a sus militantes; sólo durante un tiempo ejerció de senador, el que más asistía a los plenos porque allí, según confesó alguna vez, podía descansar de sus batallas ourensanas. Fue también, en su tiempo, el senador más respaldado de la historia electoral.

En 1995 cambió su Nogueira de Ramuín por un puesto de concejal raso en Ourense, para que su candidato a la alcaldía de la ciudad tuviese el respaldo de un apellido prestigioso que atrayese a los votantes. En el Concello de Ourense sigue, ahora desde las filas de la oposición, igualmente en silencio, porque desde donde realmente habla -’e vaia se dou titulares, ídesme estranar’, recordaba aún ayer a los periodistas- es en el Pazo provincial y en la sede de Progreso. En el primero, por ejemplo, son sonados sus jueves, cuando recibe a decenas de ourensanos que le piden su mediación para problemas de fincas, ayuda para el nieto sin empleo, un banco en el que sentarse a descansar y hasta que adelante sus citas médicas, como él mismo reconoció. ‘Está feito’, suele responder; al fin y al cabo, sólo así se puede mantener con los años tanto apoyo ciudadano.

Baltar también pasó los últimos cuatro años la travesía del desierto con su partido, sin poder en Madrid ni en Santiago y, por tanto, con un control provincial complicado por la falta de medios y de financiación para infraestructuras que vender; pero en marzo de este año volvió a sacar pecho, seguro de que había contribuido como nadie a devolver la Xunta a un PPdeG con el que mantiene un complejo equilibrio de fuerzas.

Ahora anuncia su marcha en un momento dulce, dudando hasta el último momento, con pena, emocionado hasta las lágrimas y pese a que le han repetido hasta la saciedad que permanezca en la presidencia. Es el mejor momento para el relevo en el partido, que no en la Diputación, donde se mantendrá hasta que el PP quiera. Ayer le llamó el presidente nacional, Mariano Rajoy, al que comunicó su decisión irrevocable pero con una salvedad: está dispuesto a recuperar la responsabilidad que le encomienden si el futuro del partido en Ourense se complica hasta la escisión; prefiere, eso sí, no ser candidato a alcalde de la ciudad, es un puesto no apto para su edad y él tampoco se siente el adecuado para dirigir la capital de la provincia, por mucho que haya que atornillarla.

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