deambulando

Los goces de la amistad, incrementados a manteles

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Un goce andar entre amigos, de cuya amistad hizo una descripción uno de diario caminar, diciendo que si le muriese un amigo que por tal y profundo en amistad tenía, más lo sentiría que si un hermano con el que por lejanía o falta de coincidencia, pocos encuentros. Esa definición de la amistad me recuerda al tratado ciceroniano de oficcis (acerca de los deberes) en el que, entre otros alude a la amistad que tuvieron Damón y Pitias, filósofos pitagóricos, enemigos de la tiranía dionisíaca en Siracusa, en el que uno Damón, conspirador contra el tirano fue apresado y condenado a muerte, pero propuso a Dionysius que su amigo Pitías o Fitías ocuparía la prisión como garante, mientras él ordenaba sus asuntos, lo cual propuesto fue aceptado por el tirano y previamente asumido por Fitías que ocuparía el lugar; fijado el plazo, Damón cumpliría su compromiso y se presentaría como rehén para ser ejecutado, pero Dionysius impresionado por las muestras de amistad de ambos los liberó y les propuso entrar en su amistad, lo que nunca consintieron o eso se cree. Siracusa, en aquellos tiempos era una ciudad prominente de la llamada Magna Grecia, por ser habitada por colonos helenos, que se extendía por Sicilia y el sur de Italia, donde Dyonisius llegaría a dominar gran parte de la isla en un ir y venir de batallas contra los ocupantes cartagineses. Dyonisius también fue sempiterno aliado de los espartanos en las luchas contra Atenas en la guerra del Peloponeso.

Del caminar ocioso bandera hicieron un grupillo de memorables, de los que uno recuerda a Carlos Villarino, único superviviente, del que yo extrañaba que en conjunción con amigos para quien de tan solitarios hábitos: con Domingo, un cura; con Chelis Tovar, más que dicharachero; con Quique, un discreto hermano no exento de entusiasmo; con Gago y alguno más que se unían a este variopinto grupo, que en su misma variedad mostraba cohesión hasta el punto de que obligados todos por el placer del caminar unas horas y luego darse el gusto, eso sí, de sobria comida, de más provecho para contar historias, de aquí que las salidas fuesen semanales. Más habrá de los que uno memoria, pero ciertamente abundan los de comida también semanal, casi ritual, como esos amigos que hacen del Ribeiro más que morada, estancia de sol a sol tales Chano Santamaría que cuando tiempo libre le dejan sus antaño cuidados viñedos en Bieite, de los que ahora se ha desprendido en gran parte, pero  al que una creadora y vinícola actividad le hace embarcarse en otros nuevos, él que no es bebedor sino degustador de unos vinos por él elaborados para propio consumo y de sus invitados; y si otro un poco más bebedor que cultivador, aunque viñedos tuvo como Xurxo Oro, artístico creador con el pincel, el buril o sus manos, quien ribeireñas raíces por parte materna allí tiene. Con otros más juntanza para ocasionales incursiones allá por Castro Laboreiro para comer o bacalhau a broa o el encebollado al horno que tan primorosamente preparan no Miradouro do Castelo o en el Miracastro, aunque por la premura de la demanda a veces no lo suficientemente desalen. No paran en mientes estos amigos que hacen tanto honor a lo que comen como a lo que beben y más al entusiasmo y a lo que conversan para afrontar un viaje por las sinuosidades de esas carreteras locales de tanta estrechez que circular por ellas de mucho aviso para no chocar, sorteando o midiendo si la carrocería pasa por aquellas angosturas; me refiero a la fronteriza carretera que sube desde Ponte Barxas a Lamas de Mouro, por entre alguna aldea, entre dos países compartida. Una raya que va dibujando el río Troncoso y en la que podemos ver, de tan juntas que a veces se confunden, aldeas como Alcobaça y Azoreira, Eira de Lapela y Lapela, Congosta y Cela, y un Embalsado que parece dividirse entrambos. Si alguna vez transitáis por acá el paisaje invita a la detención a no ser que nos espere un cabrito o el bacalao en Castro, y de tiempo apurados. 

Uno comprende que la mesa da para más que comer porque los manteles sabido que muy usados para confluencias en las que incluso algún ermitaño, que ha preferido el retiro aldeano al ritmo de la urbe, recibe la visita de conciudadanos urbanitas con los que se le verá por Lindoso, Arcos de Valdevêz, Ponte da Barca y sobre todo Castro Laboreiro que ha enfocado su supervivencia más a la hostelería que al ganado de montaña, y así tan concurrida los fines de semana y hasta de diario trajín hostelero, como gastronómico referente de sus sabrosísimos cabritos a serra, que si por aquellos herbazales entre el roquedo pastan como comprobamos en alguna incursión por los torcales de ese inmenso penedío, que hace sospechar que acantonamiento de grandes contingentes romanos por las defensas naturales de este rocoso paisaje, como me señala el profesor de Historia Pepelino Monjardín que de tan entusiasmado allá por donde pisa, aquí de más excesos o no, aunque se le oyera que, él tan viajado, jamás había visto paisaje igual, y uno lo cree porque no suele este amigo prodigarse en elogios desmedidos. Dijo que sería su destino del fin de semana para embeberse de paisaje… y si en grata compañía, mejor

Por el Castro, me dicen en la biblioteca da freguesia (aquí parroquia), que el Parque Nacional Peneda-Gerês que ya no está gerenciado por parques nacionales sino por un organismo oficial, que acaso ahora atienda las denuncias por la destrucción de una calzada empedrada que conduce desde Poussios hasta el santuario de A Peneda, llevada a cabo por unos vecinos que han metido una paleadora, levantado sillares y losas que han amontonado en los márgenes para que sirvieran de muro de contención. Todo para subir en sus vehículos a los altos curráis donde pocas vacas pastan. Un atentado flagrante al patrimonio que, de momento, quedó impune.

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