A Tribuna

Ingenio e innovación han sido y son la magia del Ribeiro

Las Exposiciones Vinícolas regionales, nacionales e internacionales del siglo XIX habían sido el gran escaparate para exhibir los vinos de la comarca ribeirana en el escenario internacional. Aun así, en muchas ocasiones, era, en general, cada cosechero el que "se buscaba la vida" para promocionar sus caldos. Se servía, a menudo, sobre todo, del ingenio.  

Sin ir más lejos, Cesáreo Rivera, exalcalde de Ribadavia, exdiputado y presidente  provincial del partido Republicano Demócrata, utiliza las reuniones de trabajo o los encuentros culinarios para dar a conocer sus añadas. La más sonada, sin duda, sucede en 1897. Se produce con motivo de la fiesta del magosto, celebrada en Madrid, por los  gallegos residentes en la capital de España, en la Venta del Tío Camorra. Ya el local era todo un símbolo en Torrelodones. Tomaba el nombre del protagonista del periódico de  Villergas, un redactor que para hacer más amenos los mordaces artículos contra el  gobierno moderado, le había dado vida a un personaje llamado Tío Camorra, el Paleto de Torrelodones. Y, si bien, tuvo un corto recorrido, porque en apenas un año, en concreto,  en julio de 1848, se publica el último número o "paliza", su recuerdo, en las postrimerías del siglo XIX, seguía vivo en el rótulo de una Venta que era, ahora, uno de los lugares de  referencia de Madrid.  

Precisamente allí, el tradicional festejo gallego, no sólo había reunido a personajes de la  política y de la cultura gallega, sino también a figuras de la farándula y del mundo  taurino, como Frascuelo, un torero que había revolucionado la tauromaquia. Unos y otros  alabaron las excelencias de aquel tostado de Cesáreo Rivera, elaborado con uvas doradas, vendimiadas en tierras que miraban al Avia. La caja de doce botellas de vino ribeiro, valoradas en 50 pesetas, que el bodeguero le había enviado para el evento, había sido noticia en la mayoría de los diarios nacionales.

No era el único… En poco tiempo, Constantino Rodríguez, es noticia por un hecho similar.  El comerciante ribadaviense, conocido en la localidad no sólo por ser agraciado, a finales  de la centuria, con uno de los premios de la lotería nacional, sino también, por haber  recibido, en 1902, en nombre de Alfonso XIII, el título de proveedor de la Real Casa, por su Ribeiro tostado; era un excelente cosechero. Y, justo al año de disfrutar de aquel galardón, aprovechando que desde el Consulado alemán se hacía pública la noticia de  que el príncipe Enrique de Prusia, después de partir del puerto de Brest, en la Bretaña  francesa, al mando de una Escuadra de dieciocho buques, entre los que estaba el Victoria o el Blitz, tras pasar por Marín fondearía en Vigo, se propone obsequiarle con su vino. Silvela se había esforzado por disfrazar la visita del príncipe Enrique como un acto puramente de cortesía. Pero era vox populi que el viaje que emprendía con su comitiva  desde allí a Madrid por ferrocarril, realmente, estaba lleno de contenido político. Cada  pequeño detalle, cada anécdota, despertaba un enorme interés periodístico.  Es en este escenario, en el que aflora el ingenio. El tren correo, necesariamente, tenía que hacer una parada en Ribadavia. Y, ni corto ni perezoso, el empresario cosechero se persona en la estación, para agasajar al príncipe alemán con dos botellas de O Ribeiro, colocadas en un lujoso estuche. Primero, el barón de Senden lo recibe; luego, en nombre  del hermano menor del emperador Guillermo II de Alemania, le agradece el gesto. Su  desparpajo y espontaneidad provocaron un enorme revuelo mediático, tanto en la prensa  española como en la alemana. Sin moverse de la villa, aquel bodeguero había conseguido proyectar la imagen de su vino y, también, de la comarca en el foro internacional. 

Definitivamente, Cesáreo Rivera o Constantino Rodríguez, formaban parte de un elenco  de cosecheros y bodegueros que mantenían viva la vitivinicultura ribeirana. Bien es verdad que esta dosis de ingenio no está exenta, tampoco, de innovación. A medida que  sus negocios prosperan, van introduciendo cambios en el sistema de producción; lentos,  sí, pero continuos. Y es incuestionable que son éstos los que, ciertamente, les hacen más  competitivos en el mercado. No podemos obviar que algunos de sus vástagos estudian en  el extranjero. Ellos serán, luego, los que consoliden el tránsito del sistema doméstico al industrial, modernizando y equipando sus bodegas con las últimas novedades. Un claro  ejemplo, es la familia de Etelvino González Sieiro. Este maestro, que también se dedicaba al negocio del vino, le había pagado, a dos hijos, la carrera en Reims, en la Champaña. Habían estudiado ingeniería y vitivinicultura. El objetivo no era otro que acrecentar el  negocio familiar, aprovechando la buena coyuntura por la que pasaba la industria del  vino. Conocedores de las últimas novedades sabían que podían ser un referente en un mundo que le ofrece notoriedad. Su propia formación, y el apego a su localidad natal, los convierte en industriales reconocidos y respetados en la provincia. Una vez más, en el Ribeiro, la magia no era otra cosa que el resultado del ingenio y de la innovación.

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