OURENSE DE AYER

Limpiabotas, oficio con picaresca

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Estaban ubicados generalmente en la Plaza Mayor, aunque era fácil encontrarlos en el Bar Túnel, como también en la entrada del Coliseo Xesteira. Asímismo, trabajaban el Café Madrid, La Bilbaína, La Coruñesa y otros, en las sobremesas, a la hora del café. En ellos era habitual que mientras el cliente jugaba una partida al dominó, se le estaba realizando una limpieza de zapatos. También en A Ponte se instalaban algunos, en el centro neurálgico del barrio, como era el cruce de avenida de Las Caldas con Vicente Risco, sobre todo los domingos por la mañana.

Eran personajes apreciados por los ciudadanos, quienes les llamaban normalmente “por mote”. Conocían muy bien a su preferida y habitual clientela, y sabían los días y casi la hora en que tendrían que darle brillo a sus zapatos. Eran afables y educados. Me acuerdo que leían novelas del Oeste en sus momentos “sin clientes”. La mayor parte vestían con pantalón y camisa negra, era implícito de la actividad; como también era usual en estos profesionales de la limpieza del calzado, ser transmisores rápidos de las noticias de la calle. Lo tenían casi a gala, como un deber más en su tarea.

Acudir a un limpiabotas en la matinal de los domingos, antes de tomarse unos vinos, era un ritual. Suponía por aquel entonces que se le daba relevante importancia a llevar los zapatos relucientes. Eso los caballeros, claro; pues en las señoras era impensable “sentarse” en la silla de un limpiabotas para hacerle relucir el charol de los zapatos. ¡Menuda sarta de calificativos de quienes la viesen en tal instantánea!

Algunos eran verdaderos habilidosos estudiando con prontitud el perfil de un cliente que aparecía por primera vez solicitando su servicio; este tipo de usuario solía ser en la mayoría de las veces un representante de comercio de los que periódicamente venían a la ciudad en aquella época, y era menester presentarse impecables ante los clientes para vender sus productos.

Lo primero era, naturalmente, ofrecerle al señor, la cómoda silla un poco alta, con asiento forrado de tela para su buen descanso y comodidad, mientras se le iba a efectuar la manipulación del cepillo y la bayeta; luego se le ofrecía también el periódico local del día, para que se entretuviera echando una ojeada. ¡Ah!, y se le invitaba a un “Caldo de gallina” (estoy pensando que debo aclarar que era el nombre del tabaco habitual de la época).

Se le solían hacer unas discretas preguntillas para sondearle: “No le conocía yo de por aquí…. Es usted de fuera… Buen tiempo tenemos esta mañana, etc.”.

Entonces, cuando el caballero tenia La Región abierta de par en par, estando sumido en las noticias, y colocados previamente los cartones protectores de los calcetines, había algún pícaro “limpia” que con el primer vistazo, estudiaba la suela del zapato ya apoyado el pie sobre el cajoncillo; y cuando el tacón estaba un poquito despegado, si lo veía fácil, de manera disimulada, “achuela en ristre” sin que él se diese cuenta, trataba de despegárselo un poco más.

Ya luego lo demás era sencillo. Se le advertía al caballero de la conveniencia de clavarlo un poco o pegárselo, porque acabaría cayéndose; su respuesta era la esperada: “Pues hágalo por favor”. Por ese trabajo extra (poniendo eso sí las mostacillas y el pegamento que por la época se le conocía vulgarmente por “disolución”), se le cobraban un par de pesetas más, que era de lo que en definitiva se trataba; y si no, siempre quedaba el recurso de ofrecerle cordones nuevos si le veía viejos los que llevaba. No era más que una pequeña pillería que algunos ponían en práctica cuando la persona era adecuada y su calzado lo facilitaba. Encima, por su “amabilidad" al ofrecerle la reparación, se ganaban al cliente para la vez siguiente que el “forastero” acudiera a Orense.

Recuerdo un limpiabotas “inmigrado” de Cuba, llamado Manuel. El hombre ya era mayor cuando llegó a nuestra urbe. Estuvo unos cuantos años ejerciendo en la Plaza Mayor. Era muy discreto y de ademanes gentiles. Tenía unas tarjetas de visita que, debajo de su nombre, rezaban: “Lustrador de calzado”. Por allá, por ultramar, parece que era como en realidad se denominaba la profesión.

A partir de la década de los 80, su presencia en la ciudad ya fue decadente; iban quedando menos. Los últimos titulares de los soportales de la Plaza Mayor del Concello dejaron el espacio libre alrededor del 2000. Uno de los más celebres era sin duda el entrañable “Charlestón”, célebre por sus características que muchos recuerdan y que no es menester reseñar aquí.

Fue una actividad que “había inventado” a principios del siglo diecinueve un tal Fructuoso Canonge, con bastante auge. Señalamos que no hay datos del ejercicio del honroso oficio por el género femenino, al menos en Ourense. Con estos profesionales del aseo del calzado en la segunda mitad del siglo pasado, se escribió parte de la historia popular ourensana. De ellos podríamos contar curiosas anécdotas; algunas muy pintorescas que muchos ciudadanos también conocen. Pero hay que decir, que serían los propios “Lustradores del calzado” los que tendrían muchas más que relatar.

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