El político que asumió las teorías de Freud

José Manuel Baltar.
José Manuel Baltar Blanco nació el 3 de agosto de 1967. Tiene una hija. Estudió en los Maristas. Continuó en la USC.
Se licenció en 1990. Apenas dos años después ya era asesor de la Consellería de Agricultura. Y al cumplir los 30 ya era delegado de este departamento en Ourense. Desde la condición de diputado autonómico explosionó su pasión por la política. Hubo pasos adelante y pasos atrás. Siempre, siempre, atrapado en la sombra que proyectaba su padre. El jueves, sin embargo, se postuló para sucederlo. José Manuel Baltar, tras años sometido al peso político de su padre, da un paso al frente para sucederlo.
El hijo de Baltar. Ciertos nombres no se pronuncian si antes no se da un rodeo. Le ocurría a Louis Bernard, que era el hombre que sabía demasiado. En alguna medida, era también el caso Policarpo Díaz, el potro de Vallecas, o de Arias Navarro, más conocido como el carnicerito de Málaga. Meras sinécdoques, y algo más. Que José Manuel Baltar Blanco sea el hijo de Baltar tiene que ver con el circunloquio pero a la vez con una maniobra de befa que en política es una fórmula de gran éxito. De tanto, que se ha asentado en el lenguaje político. Y ahí persiste. Aunque tal vez empiece a tener los días contados. O no. O depende. El primer paso ha podido darse este jueves, cuando Baltar Blanco expuso, abiertamente, su deseo de hacerse con el control del PP en Ourense, en un intento de desenredarse de la sombra paterna.

Si existe la estirpe de los hijos de padres poderosos, en las que hay nombres como Martin Amis, Sofía Coppola, Alberto Ruíz Gallardón, Judi Garland, Lolita Flores o Rociíto, en esa encajaría él. Salvando cualquier distancia. Eso se lo ha puesto difícil, puesto que en ocasiones ha tenido que practicar un plus de esfuerzo que con otro apellido habría evitado, pero se lo ha puesto fácil, ya que le ha ahorrado la andadura de ingratas etapas.

Hasta que el jueves, por fin, exhibió el cuchillo freudiano para deshacerse de la figura edípica del padre. Pero ¿quién es José Manuel Baltar en política? En estos años ha tejido una tela de fieles pretorianos que, aún de generaciones posteriores a la suya, le han mostrado fidelidad. Jugó desde joven a ser líder, pero de la segunda fila hacia atrás, para no estorbar los liderazgos superiores. No quiso saltar escalones de dos en dos, y comprendió que no llegaría alto si no empezaba desde el fondo. Y un día, se convirtió en concejal de Esgos. Un hombre no se hace a sí mismo si en algún momento no es poca cosa.

Cierto es que para situarse en este escalón había tenido que descender desde un rellano superior, pues cuando apenas tenía 25 años había sido nombrado delegado de la Consellería de Agricultura en Ourense. Eran los tiempos en que llegaba al despacho, cuando a su equipo le iba bien, enfundado con la bufanda del Real Madrid y regalando pasteles de merengue a los empleados. Cosas de una adolescencia perpetua, un humor abierto, un carácter mitómano que del Madrid se extendía a The Beatles, Nueva York, la política, los teléfonos móviles...

Pero una carrera política necesita de vez en cuando golpes de efecto. José Manuel Baltar, que está enganchado a la política, como otros al tetris o al gin tónic, lanzó su primer gran zarpazo político en el año 2003. Aquello, tuvo mucho de amenaza pero sobre todo de símbolo. Era enero de 2003, Fraga había fulminado a Xosé Cuiña, y José Luis Baltar presintió que se acercaba la famosa rebarbadora hacia los barones provinciales. La reacción fue el encierro en un piso de la ciudad, de cinco diputados ourensanos, cuya ausencia en el Parlamento ponía en peligro la mayoría absoluta del PP. En tres días la crisis se recondujo, la cabeza de Xesús Palmou debería esperar.

Entretanto, algo quedó claro: Baltar Blanco quería pintar algo en política. Aunque para ello, hubiese que enseñarle los dientes a Manuel Fraga. También quedó claro que en adelante, Baltar tendría grandes enemigos. Los peores enemigos. Es decir, compañeros de partido dispuestos a ajustar cuentas con él. Por ese episodio, pero más aún por el siguiente, cuando en septiembre de 2004, otra vez el PP de Ourense, amagó con abandonar el partido y explorar el futuro en otra formación política. Perder el control de la Xunta evitó males mayores. En la necesidad de no restar fuerzas, el partido se mantuvo unido. Y el hijo de Baltar maduró. Tal vez porque la derrota es buena maestra, y porque el desempeño de ciertas responsabilidades otorga, después de todo, severidad. No es el hombre con el que Núñez Feijóo soñaba para controlar la provincia, aunque también sabe que no es el hombre contra el que conviene apuntar con una rebarbadora. Al menos, hoy.

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