Historias de un sentimental

Romances de ciego en Los Remedios y humorismo ourensano

Sheridan con Alvarado.
photo_camera Sheridan con Alvarado.

Algunas veces me he referido aquí a ese singular sentido del humor ourensano, tan extendido, tan peculiar, tan expresivo y relevante de una personalidad colectiva, de la que, sobre todo el pasado que rememoro, nos brindó excelentes y recordados ejemplos. Hoy me quiero referir a un episodio relacionado con el elemento cultural que todavía existía en las ferias de Galicia allá por el año 1960, de lo que podemos dar fe los que éramos alumnos de los Salesianos, cuyo colegio estaba y está frontero con Los Remedios, que entonces era el campo de la feria. De modo que, al salir de clase, cuando la había, íbamos a escuchar a los charlatanes, maestros en las artes de la retórica y la oratoria comercial y a posiblemente el último de los dúos de los cantantes de ciego. Era, la que vimos, una pareja formada por una chica que tocaba el violín y un anciano ciego, o eso parecía.

En las tradiciones populares españolas, que en su género mayor se engloba en lo que se llamó “literatura del cordel”, alcanzaron fama a lo largo de la historia los llamados “romances de ciego”, historias siempre trágicas por lo general, de amores, desamores y otras secuencias muy del agrado del pueblo llano, como lo fueron luego las telenovelas, pero a un nivel muy superior al que ahora ofrece la telebasura. Además de cantar, los ciegos y sus acompañantes vendían unos pliegos, “pliegos de cordel” con las historias que contaban. Pero en el caso que recuerdo vendían una especie de librillos muy toscos, con aquellas historias.

De aquello que se cantaba en Los Remedios, mi memoria conserva más o menos dos historias. La primera decía: “Esta es la historia señores/de un pueblo de nuestro Orense/donde vivía una moza muy honrada y muy decente/pero la mala fortuna, que persigue al indigente/acabare con su vida en manos de un delincuente/ Habitaba en su pueblo, un joven de rica gente/ que a la joven pretendía de modo bien evidente/Más la moza, que era virgen, pura e inocente/rechazaba al pretendiente que su virtud codiciaba/Fue una tarde de verano, de un verano caliente/ que la hallaron en el río/ con señales evidentes/ de haber perdido la vida por su virtud defendiere/mismamente hasta la muerte/Capturado agresor por los guardias del presente/ confesó su horrendo crimen ante un juez muy diligente/A la horca conducido el malvado delincuente/ perdón pidiera lloroso/sin conmover a la gente”.

La otra historia, más coetánea decía, a dos voces: “Adelaida querida Adelaida/Adelaida la verde puñales/soy Enrique el mejor funcionario/que tenía la fábrica del jas (se cantaba así, aunque quisiera decir gas)/Adelaida tengo que contarte/el secreto que guarda mi vida/saberás que soy hombre casado/y te quiero botar de querida”. A lo que Adelaida respondía: “¡Ay, Enrique por Dios no me engañes/tú me quieres facer desgraciada (bis)/,tú me quieres gindar al arroyo”.

Ayer, gracias a los recuerdos de una entrañable amiga ourensana que sigue estas historias mías, pude recuperar otra relacionada con todo esto, que denota ese humor al que aludo. Resulta que, en aquellos años, el abogado y militar Benigno Lezcano Bernández, padre de nuestro inolvidable compañero Arturo y Eduardo Raimúndez “Sheridan”, dibujante, estilista, montador de escenarios y escenógrafo, inolvidables personajes ambos, compusieron un cartel para renacer las tradiciones de los romances de ciego, e incluso ellos dos, pensaron en hacer alguna incursión por ese territorio que, según parece, fue vetada por sus respectivas esposas, a las que les pareciera descabellada aventura. Sería interesante, por ser un valioso documento, qué fue de aquel cartel y sería un hallazgo valioso que la familia de “Sheridan” tuviera noticia de él. En tanto, en nosotros sigue vivo el recuerdo de aquellos singulares e irrepetibles ourensanos.

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