Opinión

Ni con los unos ni con los otros

Alea jacta est. La suerte está echada y más de un amigo ha venido reprochándome que, mientras todo el mundo no habla de otra cosa que de "lo de Cataluña", yo haya permanecido en silencio, dedicándome a hablar de otras cosas, sin pronunciarme ni en un sentido ni en otro. 
Con independencia de lo que esté sucediendo hoy y de lo que vaya a suceder mañana, el caso es que hasta aquí hemos llegado, mejor dicho, que hasta aquí nos han traído las políticas de unos y de otros y que lo que ahora menos importa es cuál de las dos ha tenido más responsabilidad, cuál más culpa, porque lo que sí más importa es como hemos de salir de esta. ¿Por qué? Pues porque pase lo que hoy pase, aquí perdemos todos, aquí nadie gana y el que crea que lo ha hecho está más equivocado que Contador intentando dar la vuelta a España a nado.

¿Por qué no me he pronunciado durante este último mes? Pues miren ustedes porque, siendo partidario de que la unidad de España no tenga que partir necesaria, inevitable e impositivamente del concepto contenido en la expresión de "una, grande y libre"; es decir, de que se puede permanecer unido de más de un modo y de que otros diversos modos son igualmente unitarios y no hay más que mirar alrededor para poder comprobarlo y comprobar que a alguno de ellos, previo diálogo y discusión políticos, deberemos encaminar nuestros pasos; en justa correspondencia, no soy en absoluto partidario de como los catalanes han conducido su proceso independentista. Este es un país federal desde hace años y no pasado nada con la bendita unidad. Cualquier autonomía histórica tiene más competencias que cualquiera de los lander que configuran la República Federal Alemana. ¿O no?

Añádanle a esto, mis amigos, que dada la poca o mucha experiencia política que haya podido acumular durante los años en que me dediqué a "lo público", en cada una de las oportunidades en las que tuve que tratar con políticos catalanes las conclusiones que obtuve nunca fueron muy favorables a no considerarlos altivos y prepotentes, escasamente solidarios, incluso despectivos para todo aquello que sonase a la manoseada Galeuzca en la que los gallegos, según yo entiendo, poco más hemos sido que meros comparsas.

¿Qué cesto podría haber tejido yo con estos mimbres? Sé, mejor dicho, creo saber que si hubiese habido un referéndum durante los primeros años de la democracia el independentismo hubiese sido barrido; pero también sé que se hubiesen ido celebrando otros hasta llegar a la obtención de unos datos satisfactorios para los postulados independentistas. Creo saber también que si, en su momento, no hubiese habido "café para todos" es decir diecisiete autonomías en general innecesarias, excepto en el caso de las tres llamadas históricas, el afán de diferenciación, el espíritu de superioridad que alimenta los afanes catalanes, no hubiera sido fustigado de la forma en la que lo ha sido.

Únanle a esto la nefasta política seguida por el Partido Popular desde los tiempos de José María Aznar, coadyuvando decisivamente al incremento de los afanes cataláunicos, súmenle la nula solidaridad mantenida con los intereses gallegos en tema tan vitales para nosotros como puede ser el más reciente del AVE y no se olviden que, no poco del dinero que sirvió para convertir a Cataluña en la potencia industrial que es, procedió de los ahorros de los gallegos invertidos en Cataluña, gracias al trasvase de fondos hábilmente realizados por los bancos.
No estoy de acuerdo, en absoluto, ni con lo hecho por unos ni con lo hecho por otros. No podía, ni quería darle la razón, ni a estos, ni a aquellos. Pero eso ahora importa poco. El problema es cómo salir de esta encrucijada histórica en la que estamos detenidos, incluso se diría que atascados.

Si alguien quiere romper una unión, que la rompa o, aun mejor, que la establezca pero de otro modo distinto del que la sociedad española en general y la catalana en particular han estado padeciendo o disfrutado hasta el momento en el que decide bajarse, o caerse, de la burra, debido a una potente luz, a una luminaria que lo alumbrará durante el resto de su vida, pero sin irse de rositas como si los demás no existiesen.

Este escribidor de ustedes no cree en la España una, grande y libre, alumbrada por la dinastía borbónica desde que se instaló en ella; de apuntarse, se apuntaría más a la de los Habsburgo porque fue durante ella cuando fue efectivamente más grande y más libre articulada como estuvo su unidad de diferente y más equilibrado modo. Este escribidor sabe que, han sido los años de autonomía, los que han cambiado al país como lo ha hecho, pese a los errores habidos. Me apunto, pues, a más autonomía para Galicia. ¿Cómo negárselo, entonces, a los catalanes? ¿Cómo aprobar lo que han estado haciendo?

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