Opinión

Desde un lugar llamado Lexington

Nos invitó la profesora de música Noemí Lugo, reconocida solista de ópera, del departamento de música de la Universidad de Kentucky, a una de las carreras de caballos que se celebran durante varias semanas a mediados del mes de octubre. El hipódromo, conocido como Keenland Park, es majestuoso. Su gradería se extiende a lo largo de un kilómetro, con una gran explanada donde los espectadores siguen las carreras de pie. O bien desde las gradas, o bien desde pequeños compartimentos, asignados a las pudientes familias que por vida pagan una cuota y los mantienen de generación en generación. Noemí nos logró uno de estos reservados. La vista era espectacular. Un gran letrero electrónico iba presentado los caballos que competían en cada una de las carreras.


En esa apacible tarde otoñal se presentaban nueve carreras con una media de entre ocho y diez caballos cada una. Las apuestas eran variadas. La mínima, dos dólares. En un gran letrero electrónico, fácilmente visible a larga distancia, se mostraba cada caballo. Incluía el número de apuestas que iba recibiendo cada uno. Algunos rondaron las veinte mil. Las combinaciones eran variadas y hasta complejas. La más simple, la apuesta por un caballo; la más compleja, la que combina tres o cuatro, con los números de los caballos seguidos o alter nantes. Los mejores premiados pudieron llegar casi a los cinco mil dólares; el caballo ganador subió en una ocasión a cerca del millón.


Todo un gran espectáculo. Damas elegantes, vestidas coquetamente, con vistosos sombreros, lucidos vestidos, zapatos charolados; los acompañantes, haciendo también gala de la buena vestimenta. El murmullo cundía por todas las gradas. Se seguía con atención los anuncios de la gran pantalla; la historia breve de cada caballo, de su jockey, de sus victorias y en un ilustrado libreto se detallaban sus características y las de su jinete. Nombre, edad, peso, premios obtenidos, establo al que pertenecía, dueño, apoderado, entrenador, pedigrí. Altos, fornidos, bronceados, se exhibían uno a uno previa la competición.


La puerta de salida está lista. Se alza la portilla y se inicia la precipitada carrera. El murmullo se convierte en griterío, clamando cada uno por la victoria del caballo preferido. Por grandes altavoces se describe la carrera: el que va en cabeza va cediendo al que le sigue. Éste se iguala a su altura, parece que lo adelanta; un tercero avanza a pasos agigantados por la parte derecha, adelanta al segundo, va parejo con el primero y en un golpe de máximo esfuerzo gana la carrera. La marea de voces que clamaba: ‘¡ánimo!’, ‘¡adelante!’, ‘¡vamos!’ (¡go!, ¡go!, ¡go!), se acalla, y se renueva de nuevo el clamor de las siguientes carreras. Y así hasta las nueve. Un total de seis horas otoñales y un espectáculo inolvidable. El contagio del clamor es único. Se ventila, en mesurada ecuación, el triunfo y el fracaso; el principio de una carrera y el final. Y tal vez se personifica en la alegoría de la vida de cada uno. Lo que vale es el esfuerzo, la diligencia, el tesón. Porque a veces un fracaso se puede tornar, en la carrera que es la vida, en una inesperada victoria.


La presencia de la reina Isabel II Inglaterra y sus afamados establos le ha otorgado al hipódromo de Keenland, situado en Lexington, Kentucky, un merecido renombre internacional. De hecho, el 17 de octubre de 1984, inauguró la competición que bautizó con el nombre de uno de los trofeos que patrocina: The Challenge Cup. En ellos se invierten fantasiosas fortunas. Subieron de cuatrocientos millones de dólares los que, en poco tiempo, invirtió el jeque de Dubai en la compra de una docena de caballos de reconocido pedigrí. Algunos de los más distinguidos han dado nombre a parques, calles y hasta a una autopista que circunda la ciudad de Lexington. Uno de ellos es el afamado Man o’ War seguido de Secretariat, cada uno con una historia fascinante de victorias. El triunfo es parte de psique social y del culto al caballo, profundamente arraigado en estas extensas praderas (Blue grass) conocidas como ‘azules’.


(*) Parada de Sil

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