Opinión

El aborto

Los grandes teólogos del siglo XVI, dominicos de Salamanca, llamaban la atención de nuestro emperador diciéndole que no podían colonizar América con las armas sino sólo emplearlas cuando los indios impidiesen predicar el Evangelio. Pero si no lo quería oír nadie podía obligar a los aborígenes a escucharlo. Defensores de la democracia y de la soberanía popular fueron estos grandes teólogos jurisas del siglo XVI en contra del poder divino de los reyes propiciado por los pensadores protestantes de entonces o como pasó en el Concilio de Trento donde el obispo de Segovia y el de Granada consiguieron que no se condenase de modo absoluto el divorcio porque era práctica usual entre los orientales y recordaron que muchos santos padres lo habían defendido. Defendieron el aborto en la primera semana del embarazo cuando el feto aún no está formado, por causa de violación, incesto o peligro grave para la madre, como hicieron los carmelitas de Salamanca, los mejores moralistas de la época, quienes llegaron también a defender que el placer sexual en sí mismo no es nunca malo ni el acto sexual tampoco lo es entre personas que van a casarse. Rompieron lanzas contra la masturbación pensando que no era contra el derecho natural y no estaría prohibido si no fuera que la Iglesia oficial estaba en contra de ella.


Ser católico hoy es como ser o pertenecer a un pueblo o a una tradición más bien que mantener una particular atención de doctrina claramente determinadas. Por eso me enorgullezco del Papa Juan XXIII, que abrió las puertas y las ventanas de la iglesia y luchó contra todos los agoreros de calamidades. Hemos de pretender obrar según nuestro saber y entender, nuestra conciencia, decían los Carmelitas de Salamanca del siglo XVIII sin esperar que suene la campana de Roma porque incluso podemos resistirle cuando comentan o enseñan cosas injustas. Esta es la ejemplar resistencia de los feligreses de la parroquia univesitaria de Madrid ante la injusticia cometida por quienes pretenden suprimirla. El P. Colunga se abrigó en las más liberales interpretaciones bíblicas, el padre Marín Solá defendió el papel imprescindible del sentido de los fieles en la evolución de los dogmas y el P. Getino abrió las pueras de la salvación a todos los hombres haciendo del infierno un purgatorio casi confortable.


Así pensamos los católicos nuevos. No queremos ser ovejas por más que quiera Roma retroceder a un pasado que no volverá. Ya no podemos ser nunca pobres ovejas mudas como quería el alto estado eclesiástico a nuestras raíces occidentales enriquecidas con una sana intuición del estado oriental pues la seguridad geométrica de la escolástica ya no nos va. Tenemos abierto el camino a una nueva razón vital religiosa como propugnaba Ortega, que está esperando nuestro esfuerzo.



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