Opinión

El año sacerdotal

El 16 de junio de 2009 el Papa Benedicto XVI declaraba el año 2010 como el año sacerdotal. Este evento nos interpela a todos los componentes de la Iglesia, clérigos, religiosos y seglares, y nos llama a ser ofrendas vivas, apóstoles, orantes, consagrados, encarnaciones vivientes, testigos de Dios, comprometidos con el cristianismo, pregoneros y heraldos con las palabras, con los escritos pero sobre todo con la vida, manifestando que somos enamorados de Jesucristo y mensajeros del Evangelio en medio de un mundo descristianizado. Teniendo como motor final la oración y la acción como nos dice el refrán: ‘A Dios rogando y con el mazo dando’, adagio que sigue vigente en el alma colectiva de los pueblos, de las comunidades religiosas y parroquiales. Benedicto XVI hace una llamada a todo el pueblo de Dios, tanto a la jerarquía como al laicado.


El año sacerdotal tiene que tener aplicaciones concretas en todos los ámbitos de la Iglesia, de lo contrario no servirá de nada. Permitidme que haga un somero análisis comenzando por la Curia Romana y rematando en el mundo laical.


A la Curia Romana. Yo le pediría que abra un debate sobre la Iglesia actual y sobre sus múltiples problemas: que deje de estar atada al ‘Derecho medieval’ y que se vincule cada día más al ‘Evangelio de Jesucristo’, apuntando caminos de solución para que la pederastia sea desterrada de las vidas de los clérigos. Que no basta con pedir perdón... Los papas tienen que saber imponerse a la Curia Romana que los tiene atenazados. Hacer reflexión sobre el celibato sacerdotal y sobre una inserción de los secularizados que quieran seguir ejerciendo en determinadas condiciones. Entraña también una reflexión amorosa sobre los curas casados, en la actualidad más de 100.000, y sobre el papel de la mujer en la Iglesia.


A las conferencias episcopales. Les diría que convoquen sínodos para estudiar la situación de la Iglesia en los diversos espacios. Hecha esta primera aproximación, redactar arreglos parroquiales para llegar a una distribución más nacional del clero, suprimiendo muchas parroquias, especialmente del mundo rural, por falta de feligreses fruto del éxodo a las ciudades y por el problema demográfico que es como una losa pesada en el mundo rural, donde son más las defunciones que los nacimientos. El censo sacerdotal gallego, con sólo 1.800 efectivos, se hunde. La creación de nuevas unidades pastorales tiene que sustituir a los clásicos arciprestazgos. Basta con hacer somera reflexión sobre cada una de las diócesis gallegas para detectar la problemática.


A los religiosos y religiosas. Han de prestar su colaboración en las tareas parroquiales donde estén afincadas. El Papa Juan Pablo II le pedía hace años fidelidad y creatividad. Este es el camino por donde deben avanzar los consagrados en el siglo XXI. Tienen que conservar una fidelidad que les vincule a los fundadores y a los carismas propios, pero que no los ate sino con una gran creatividad. Han de vivir abiertos al mundo, llenarse de afecto y de cariño y saber conjugar las renuncias que hicieron con la realización personal imprescindible. Tiene que apostar por la utopía y por la espiritualidad y la colaboración en las parroquias del futuro.


A los seglares. La Iglesia no es sólo la jerarquía. También participa de un modo especial el pueblo. En la actualidad la acción de los laicos se hace imprescindible, las estadísticas respecto al número de sacerdotes hablan bien a las claras de este hecho. Su colaboración consiste en la celebración de la palabra de Dios. Una ceremonia similar a la misa pero sin consagración, dado que ésta es exclusiva del sacerdocio ministerial. En dicha ceremonia los fieles reciben la comunión previamente consagrada de manos de los oficiantes seglares. Tienen que ser testigos de Dios en la familia y en las profesiones que desempeñan. Ellos no son solo la ‘Manus Longa’ del clero sino apóstoles y evangelizadores por derecho propio, fruto del Bautismo y de la Confirmación.


Estas son sólo unas someras reflexiones sobre el año sacerdotal, pero sin olvidarnos de la gracia, de los sacramentos y de la oración.



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