Opinión

Cuando el río suena agua lleva

Para redactar este artículo quiero partir de un refrán, porque el refranero entraña la sabiduría popular, por ello para reflexionar sobre un problema grave relacionado con la sexualidad del clero que estos días saltó a la prensa italiana, acudo a él.


El problema está relacionado con el celibato del clero, que nos consta que ni Jesucristo, ni los apóstoles, ni los primeros papas se pronunciaron sobre él, ni lo impusieron a sus sacerdotes primitivamente. Lo que en una época muy reciente recogió el Canon 277 del Código de Derecho Canónico cuando nos dice que ‘una continencia perfecta y continua es necesaria para tener el corazón entero al servicio de Dios y de los hombres’, no de las barraganas, del clero y de los derechos de sus hijos.


Yo soy sacerdote, y por eso un hombre de fe, pero sólo de fe inculturada. Me consta que a lo largo de la historia de la Iglesia hubo amancebamientos, concubinatos y amas de llaves, con quienes algunos sacerdotes han tenido prole, aunque la Iglesia nunca lo haya reconocido públicamente; pero si acudimos a los libros de visitas vemos cómo obispos y visitadores generales reconocen el hecho. Los clérigos nunca pudieron públicamente llamarse padres, a lo sumo muchas veces les llamaban ‘tíos de quienes eran padres’. Pero en esto tampoco se puede exagerar, dado que un sacerdote me decía: ‘Al tío le cuelgan tres hijos y yo que vivía con él veía como el sacristán subía por la cepa de la solana a dormir con la criada’...


Somos conscientes que no todos los sacerdotes católicos han cumplido con el voto de castidad y a causa de esto la Iglesia se ha encontrado con unos efectos colaterales que la están obligando a buscar soluciones. La Santa Sede está preocupada por la avalancha de procedimientos judiciales que exige pruebas de ADN para establecer la paternidad de muchos sacerdotes.


El Código de Derecho Canónico tampoco lo reconocía, pero en la actualidad, ante los muchos problemas de pederastia en Estados Unidos, Irlanda y Australia, el Vaticano está preocupado por la multiplicación de casos millonarios, dado que es injusto que las diócesis tengan que responder con su patrimonio a las ‘infidelidades’ y ‘mezquindades’ del clero.


El Vaticano parece que está estudiando la posibilidad de que los hijos de los sacerdotes lleven sus apellidos y puedan heredar los bienes propiedad de quienes son sus padres. Esto lo aseguraba el 2 de agosto de 2009 el diario italiano ‘Stampa’, que nos dice que un contrato social garantizará a las mujeres y a los hijos de los clérigos, por ello se reconocerá la prole y recibirá el apellido del padre, a la vez que éste continúe ejerciendo el ministerio sacerdotal.


El teólogo y fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, considera justo reconocer y tutelar los derechos de las mujeres y de los hijos de los clérigos nacidos de esas relaciones ilícitas, y continúa diciendo que la Santa Sede, en virtud del carácter indeleble del presbiterado, admita una forma de ministerio eclesiástico a los sacerdotes secularizados que hayan dado pruebas de madurez humana y cristiana en la comunidad donde vivan.


La Iglesia Católica de los Estados Unidos ha pagado en los últimos treinta años 1.350 millones de euros para compensar abusos y violaciones realizadas por más de 4.000 curas. Benedicto XVI quiso mirar para otro lado cuando se supo que 35.000 niños habían padecido abusos sexuales en Irlanda y sólo dos semanas más tarde recomendaba que se establezca la verdad de lo sucedido, como nos dice Marco Balfagán. Muchos sacerdotes estamos de acuerdo en que la Iglesia intervenga para solucionar estos problemas.


El Vaticano ya se ha apresurado a desmentir al diario italiano ‘Stampa’, por lo cual no es cierto que esté en estudio el garantizar los derechos de las mujeres y de los hijos de los clérigos, lo que indica que sólo fueron rumores, pero el refrán ‘cuando el río suena agua lleva’ queda en pie, aunque no creo que la Iglesia oficial se vaya a hacer cargo de los errores de los suyos, y esto es grave.


Este artículo, igual que todos los míos, no lo escribo para denigrar a mi ‘madre la Iglesia’, ni a mis queridos ‘hermanos los sacerdotes’, dado que soy un sacerdote de fe y comprometido con un ministerio, aunque muchos no lo crean así.

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