Opinión

La Diócesis de Ourense hace 56 años

A las 16 horas del 15 de enero de 1952 llegaba para don Francisco Blanco Nájera el domingo de gloria. El día de su muerte, día de la glorificación de su alma. Día en que el Espíritu Santo le habrá dicho: ‘Descansa de tus fatigas y de tus trabajos. Tus obras te acompañan’. Seis años después de su entrada solemne en la diócesis, el 2 de febrero de 1945, llegaba para él la glorificación de su nombre sobre la tierra. La muerte le sorprendió en medio de sus tareas pastorales, a las que dedicara toda la mañana del día de su fallecimiento. Blanco Nájera era un espíritu activo, emprendedor, incansable en las múltiples actividades emprendidas en pro del engrandecimiento de nuestra diócesis. La noticia de su fallecimiento causó estupor y consternación en toda la diócesis. En la ciudad se comentaba la inesperada desaparición del hombre eminente, del pastor celoso, el fundador de las Religiosas del Divino Maestro, quien tras un pontificado corto pero fecundo dejaba huérfana a la diócesis. Ourense acababa de perder el mejor obispo que tuvo en el siglo XX y uno de los más ilustres en la larga historia de la Sede Auriense.


Blanco Nájera había destacado en su corta vida por sus cualidades intelectuales y apostólicas. En pocas horas corrió la noticia como un reguero de pólvora. La ciudad enmudeció sorprendida por el dolor y el silencio al despedir a su pastor, que cayó agotado en la brecha con su trabajo entre las manos como el soldado en la lucha. La capilla ardiente se instaló en el salón del trono del Palacio Episcopal, entonces situado en el edificio que hoy alberga el Museo Arqueológico. El dolor de todo el pueblo de Ourense se manifestaba en los largos y continuados desfiles ante el cadáver y en la ofrenda que le hizo el Orfeón Unión Orensana, quien sentía por él una especial predilección. Para su entierro el día 18 se formó una comitiva desde el Palacio Episcopal hasta la Santa Iglesia Catedral, donde se le dedicó una misa de exequias oficiada por el arzobispo de Santiago de Compostela, acompañado de obispos de Oviedo, Tui, Guadís, Mondoñedo y el abad mitrado de Samos. Al final de la misa, don Castor Alberte Nieves pronunció la oración fúnebre en la que cantó las glorias del finado.


A continuación, se organizó el traslado del cortejo fúnebre hasta la capilla del Seminario Mayor, que se acababa de estrenar, donde fue sepultado. El cortejo fúnebre hizo una parada delante del Santuario de Fátima, en el Couto, donde se despidió el luto oficial. Ourense entero acompañó hasta su ultima morada al gran hombre de acción y de cruz, quien desde el cielo nos está guiando, dado que Blanco Nájera sigue siendo uno de los ángeles de la guarda de nuestra diócesis y de la suya hasta el final de los tiempos. La marcha fúnebre desde la Catedral la abrían las cinco cruces parroquiales, seguidas por las asociaciones religiosas, los estandartes, los guiones y la cruz de la Catedral, a los lados largas filas de seminaristas, clero y pueblo. cerraba la comitiva la Banda de Música que interpretó alguna marcha fúnebre.


Las calles estaban engalanadas con ‘banderas enlutadas’. Frente al Santuario, el Orfeón Unión Orensana entonó un responso a cuatro voces. Allí se despidió el duelo oficial. El féretro, que hasta allí fuera portado a hombros de seminaristas, ahora se coloca en una carroza fúnebre hasta el Templo-Capilla del Seminario Mayor. Cuando la comitiva llega a la explanada del Seminario era enorme la cantidad de gente que esperaban en sus alrededores. A las cuatro de la tarde del día 18, el cadáver descansaba en el lugar elegido por el obispo. Aquel iba ser su lecho de piedra hasta el 2 de febrero de 1965, fecha en que el féretro con sus restos fue trasladado a la iglesia de la Casa-Noviciado de las Religiosas Misoneras del Divino Maestro, situada en las laderas del Monte Alegre. Al fin iba cumplirse el deseo de reposar rodeado de las plegarias de sus hijas. Todo Ourense aquellos días había rendido un grandioso homenaje de gratitud y de amor al obispo difunto, cuyo nombre permanecerá para siempre entre nosotros, quien muy pronto tendrá la dicha de verse en los altares.


Cuando el tiempo pase y muchas cosas se hayan olvidado, porque no eran más que pequeñas cosas, su recuerdo estará todavía vivo entre nosotros y cuanto más vivo será más querido (Guede: diario La Región). Aún hoy destaca sobre el cielo espiritual de Ourense la inteligente personalidad de Blanco Nájera, quien desapareció pero no ha muerto porque los hombres grandes no mueren nunca. Fue la suya una vida dedicada a la diócesis y a sus monjas. En la vida del ejemplar santo prelado se armonizaron siempre las dos palancas que mueven el mundo: la oración y la vocación por Jesucristo.



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