Opinión

¿Existe otra vida?

El panorama religioso español ha dado un vuelco de 180 grados. Las cifras inflacionistas del nacional-catolicismo durante el franquismo se han evaporado. No somos todos católicos, ni siéndolo aceptamos unánimemente algunas ideas básicas de la religión hispana. Algo que se cree tan importante para una persona religiosa, la otra vida, es un síntoma bien significativo de lo que ha pasado entre el infierno. Tres años después otra encuesta descubría que en la resurrección no cree el 48 por ciento de los ciudadanos españoles.


Lo que sí es cierto es que el 25 por ciento de nuestros católicos creen firmemente en otra vida, tras la muerte, un 23 por ciento cree con dudas y el 20 por ciento no sabe qué pensar o no creen en absoluto. En lo que menos creen los hispanos es en el infierno.


Sólo lo aceptan firmemente un 32 por ciento, un 21 por ciento con dudas y un 27 por ciento no sabe que pensar o no cree en absoluto. Esta es la realidad religiosa española de la que nuestra jerarquía se siente a veces tan orgullosa. Estamos ante un país de misión, no en un país católico, según los baremos oficiales de la Iglesia. Cuando hablamos con los amigos desvelamos que el problema de la otra vida no está claro en la mente de los españoles, ni siquiera en la de los católicos.


La exposición tan infantil de los catecismos y de los manuales de religión que estudiamos está haciendo mucho daño en la fe tradicional entre nosotros. ¿Quién puede creer que el infierno si existe puede estar ubidado en el centro de la tierra, porque se decía que todo el mundo lo creía así? Esto es lo que nos enseñaron los manuales de religión que decían que el infierno está bajo la tierra, que su fuego es material y semejante al de este mundo y se decía además que es intensamente atormentador. No es extraño que muchos dejen de creer en esas crueles infantilidades. El catecismo de los Incrédulos escrito por el filósofo católico “Sentillanges Op” aseguraba que: El infierno es una verdad de principio pero mirando cada caso particular no es necesariamente un hecho, y añadía: ¿A quién condenas al infierno con certeza? A nadie. Ahora el Papa actual ha hecho unas declaraciones que ponen a punto una concepción algo más satisfactoria pero no llegó a las últimas consecuencias y se quedó a medio camino acerca del infierno y del diablo. Desde Orígenes muchos Santos Padres aceptaron que al final todos nos salvaremos tras una purificación de nuestras malas costumbres, porque el oficio de Dios es perdonar.

Esta es también la idea de los grandes escritores cristianos de Oriente. Los alumbrados del siglo de Oro decían que el infierno no era más que una expresión infantil como el “coco” con que asustamos a los niños, pero nada real. La filosofía medieval se divide en dos opiniones centradas sobre el conocimiento de la otra vida. Los seguidores del Beato Duns Escoto sostienen que no puede demostrarse con razones humanas muy probables la inmortalidad, y Santo Tomás era más optimista. Creo por eso que las dudas de muchos católicos sobre la vida del más allá provienen de la dificultad de la razón para encontrar razones que sean más que muy probables.


Lo que la razón puede hacer es lo que Unamuno decía: que este deseo de perduración que todos tenemos nos certifica de algún modo acerca de la existencia de la otra vida. Rouseau pensaba así: “Si no tuviéramos más pruebas de la inmortalidad que el triunfo del malvado y la opresión del justo, con flagrante injusticia nos obligaría a decir: `No termina todo en la vida, el orden vuelve con la muerte'.

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