Opinión

LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

En la actualidad, el proceso con el que se determina la santidad de una persona, es decir, que sin ningún tipo de dudas está y convive con Dios en el cielo, se llama canonización, dado que la persona en cuestión entra en el canon de los santos de la Iglesia, por lo que su figura se eleva a los altares y como consecuencia se le adjudica un día de fiesta para su veneración litúrgica en todo el orbe católico.


En los primeros siglos, el número de santos era enorme, incluso cada iglesia o cada monasterio tenía su martirologio particular. En el año 354 encargaron un trabajo en el que se describen lo hechos más notables de la vida y la muerte de los mártires cristianos, obra que más tarde sería completada con la ' Deposicio Episcoporum', en el que se recoge información de los obispos fallecidos. Estos dos trabajos se fundieron a principios del siglo IV y fueron la base de 'Breviario Syriacum', cuyo objetivo era recoger la historia de los mártires cristianos. En el siglo V aparece el 'Martirologio Jeronimiano', llamado así porque una carta de San Jerónimo le sirve de prólogo. En el año 875, un monje emprendió la redacción de un nuevo martirologio, pues ni éste ni el del siglo V eran oficiales. Gregorio XIII (1572-1585) pidió al cardenal Baronyus que preparase un nuevo martirologio ('Martirologio romano') que fuera oficial en la Iglesia, ya que los existentes se referían a santos locales.


Durante la Edad Media, la literatura hagiográfica fue muy demandada. La vida de los santos se noveló, y una leyenda áurea se apoderó de ella. Tanto se cargaron las tintas que en muchos casos parecía que la figura del santo era pura invención. De depurar la ficción se encargaron los bolandistas, eclesiásticos en su mayor parte pertenecientes a la orden de los jesuitas. Dado que desde los primeros siglos el número de santos era inmenso y seguía aumentando, la Iglesia decidió poner freno a esto, y a ello se encaminaron parte de los trabajos del Concilio Vaticano II: muchos santos continúan siéndolo; a otros, por el contrario, se les ha privado de la canonización, ya que en 1969 el Vaticano borró del catálogo a más de cuarenta, cuya santidad parece estar puesta en duda, aunque fueron venerados durante bastante tiempo.


En los primeros momentos, el obispo local era el encargado del nombramiento de santos. Para la canonización, además del visto bueno del obispo se tenía en cuenta la 'vox populi', es decir la influencia que el santo tenía entre el pueblo. A finales del siglo X, los obispos confían al Papa la tarea de la canonización por dos motivos: para que este le diese una mayor oficialidad y para que el nuevo santo fuese reconocido más allá de la zona en que vivió. Poco a poco el Papado se hizo con el poder absoluto e incluso algunos papas lo afianzaron con la decisión de nombrar santos.


En los siglos III y IV la Iglesia católica conservó el culto de latría, de adoración a Dios, y a los santos les concedió el de dulía, de homenaje y veneración, mientras a la Virgen se le otorgó el de hiperdulía, ya que su figura está por encima de todos los santos. A través de la oración el hombre se acerca a Dios, pero en algunas ocasiones, creemos necesario utilizar algún tipo de recurso para lograr que nuestras súplicas sean escuchadas: en este caso nos valemos de los mediadores, seres humanos como la Virgen y los santos que conviven con el Ser Supremo.

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