Opinión

La Iglesia y la política

La Iglesia docente no debe inmiscuirse en cuestiones políticas pero puede y debe llamar a los ciudadanos pidiéndoles que cada día tengan un conocimiento y una comprensión más exacta del mundo que les toca vivir, de sus problemas, de sus valores, de sus luces y de sus sombras. Esta llamada que nos hace la jerarquía ayuda a moralizar la vida pública, dado que la consideración moral de los asuntos de la vida pública, lejos de ser una amenaza para las democracias, es un requisito indispensable para el ejercicio de libertad y para el establecimiento de la justicia en los pueblos, hoy más faltos de ella que nunca a causa del fenómeno globalizador que se impone. Los pastores pueden y deben exhortar a los fieles a una renovación moral y a una profunda solidaridad entre todos los ciudadanos de manera que se aseguren las condiciones de reconciliación y de superación de las injusticias, las divisiones y los enfrentamientos. También deben exhortar a los fieles católicos para que eleven oraciones a Dios a favor de la convivencia pacífica entre los ciudadanos y a una mayor solidaridad entre todos los pueblos del mundo y, en el caso de Espa ña, entre nuestras comunidades autónomas. Nos llaman a respetar serenamente la verdad entera de todos los acontecimientos vitales de nuestro tiempo, a practicar la caridad dado que la verdadera raíz de la presencia y de las intervenciones de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad es el amor, la estima y la defensa de la vida y el deseo sincero y eficaz de hacer el bien. Nos llaman a no utilizar la Memoria Histórica guiados por una mentalidad selectiva de los acontecimientos, a enmarcar los hechos acaecidos en un cambio cultural más amplio y a la exaltación de la libertad como norma suprema del bien cultural, a la condena del laicismo imperante, radical y excluyente que va impregnando la sociedad actual, a favorecer el progreso material de los pueblos y a responder con fidelidad a las necesidades de la sociedad.


Nos dicen que los católicos hemos de tener presente y valorar el aprecio que cada partido y cada grupo político otorgue a la dimensión moral de nuestras vidas para así mejor servir al bien común. Una y otra vez nos invitan a practicar el amor viviendo santamente en medio del mundo, siendo tes timonio vivientes de que el amor verdadero, respetuoso y fiel, gratuito, universal y efectivo es posible en la vida de los pueblos. La práctica de la solidaridad y del amor fraterno en la vida política nos debe llevar también a superar las injusticias, las distinciones y las diferencias entre las distintas comunidades autónomas, tratando de resolver los problemas más acuciantes como son la falta de puestos de trabajo, de viviendas accesibles y el disfrute equitativo de los bienes de la naturaleza, dado que los bienes de la tierra son para satisfacer las necesidades de todos los hombres. La Iglesia en su conjunto no tiene competencias ni atribuciones políticas, dado que su fin es religioso y moral. La Iglesia no puede ser agente político, pero esto no impide que sus miembros, antes de apoyar con nuestro voto una opción concreta en una contienda electoral, tengamos que valorar las cuestiones desde el punto de vista de la moral cristiana y de la doctrina social de la Iglesia y dejarnos guiar por nuestras conciencias rectamente iluminadas por la fe. Todo cuanto termino de decir sólo tiene sentido para los creyentes.


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