Opinión

Renovación eclesial

La estructura eclesial tanto en el ámbito clerical o docente como en el laical o discente exige una profunda renovación. Los pastores tenemos que dejar que los fieles se manifiesten con mayor espontaneidad y libertad tanto en la vida pública como en la privada. El poder en la Iglesia tiene que ser un servicio y un acto de amor sin afán inquisitorial dejando un amplio margen a la libertad de clérigos y laicos para pensar, para escribir y para expresarse. La Iglesia jerárquica debe estar en diálogo abierto con los adelantos de la ciencia médica y en especial de la genética, sin apresurarse a condenar toda novedad.


Una de las razones por las que está disminuyendo el catolicismo en Europa es el autoritarismo eclesiástico que no termina de dar el paso hacia una actitud más tolerante, pero siempre dentro de la tradición y del magisterio de la Iglesia. La Congregación para la Doctrina de la Fe tiene que seguir haciendo llamadas constantes y dar toques de atención ante las proposiciones que no están del todo conformes con la doctrina oficial de la Iglesia, dejando claro que Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, pero sin excluir otras mediaciones encarnadas en las personas de cuantos por el orden sacerdotal tienen la misión de continuar ejer ciendo en el mundo el ministerio confiado por Jesucristo a su Iglesia, adaptándolo a todo tiempo histórico pero sin traicionar el mensaje. No podemos poner en tela de juicio puntos fundamentales de nuestra fe como son la divinidad de Jesucristo y la misión y mediación que tenemos los sacerdotes recibida por el sacramento del orden y la que tienen los laicos por el Bautismo y la Confirmación. La Iglesia docente más que imponer tiene que convencer, persuadir, dar testimonio y mostrar el rostro de Jesucristo y saber cambiar de postura en tiempos cambiantes. El mundo actual está llamado a una evangelización, pero sin olvidar que el modo de presentar el mensaje en este tiempo histórico tiene que ser diferente. Al escasear los curas tienen que ser más los laicos comprometidos.


Es necesario que la Iglesia sea pobre para que sea de todos. La liturgia también necesita una renovación. Las homilías de los domingos tenemos que impartirlas con un lenguaje que esté al alcance de todos los que las escuchan. Los predicadores tenemos que bajar del olimpo y de las nubes donde nos hemos instalado. Poner los pies en la tierra y ser realistas para así poder incultural el evangelio en los problemas concretos del mundo que nos tocó vivir.


Tenemos que partir de la unidad pero sin ser esclavos del uniformismo. Los pastores tenemos que ser dialogantes y tolerantes despojándonos de las posturas intransigentes que lo único que hacen es espantar a los fieles alejándolos de la comunión eclesial. La Iglesia tiene que hacer constantes llamadas a respetarnos mutuamente, pensemos como pensemos. Los tiempos modernos reclaman menos autoritarismo y más apertura mental. No podemos sacrificar la vida del espíritu a unas directrices estereotipadas.


En la actualidad hay un sector de la Iglesia que renuncia a las directrices del Concilio Vaticano II, siente nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor y quiere volver a Trento.


Hoy la Iglesia más que imponer tiene que convencer, persuadir, dar testimonio, mostrar el rostro de Jesucristo y cambiar de postura en unos tiempos cambiantes.



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