Opinión

El tradicionalismo religioso

Los católicos muchas veces presentamos un Dios como un ‘amo’ al que tenemos que tener propicio y conquistarlo con ofrendas, oraciones, sacrificios. Este no es el Dios de los primeros cristianos y por eso cada día son más los que lo recusan, aumentando el número de ateos o, mejor, de no practicantes. Son muchos los que se proclaman ateos u agnósticos porque no pueden aceptar el teísmo tradicional que propone un Dios recortado, alienador y paternalista. Nosotros muchas veces le llamamos también ateo al que no es teísta de modo tradicional, aunque tenga una profunda vivencia religiosa que no se manifiesta en signos externos. El que sea íntimamente religioso no tiene más remedio que tirar por la borda el lastre tradicional. Tenemos que vivir la experiencia de lo divino como la fuerza de nuestra fuerza. Dios es el impulso creador que late en todas las cosas, no como un concepto, sino como una persona que nos acompaña en nuestro caminar hacia la casa del Padre misterioso hogar. Tenemos que hacer una renovación dentro de la Iglesia. Si la Iglesia está en diálogo con el mundo no sólo el mundo tiene que acercarse a la Iglesia. También ésta tiene que desprenderse de su lastre y acercarse al mundo. De lo contrario corremos el riesgo de quedarnos solos. En las homilías de los domingos y en las catequesis tenemos que hablar para el hombre de hoy. Cuántas veces hablamos y hablamos pero no decimos nada. Tenemos que superar y vivificar la letra y las fór mulas. Muchos conceptos que empleamos para dar a conocer el mensaje de Dios son meras fórmulas históricas. Tenemos que desmitologizar y desmitificar las religiones, todas, incluso la católica. No podemos presentar el contenido de la revelación como algo dado exteriormente de una vez por todas sino como una experiencia profundamente creativa, creciente y nueva. El hombre del siglo XXI no es el hombre del siglo XIII. Jesucristo es la mejor expresión de cuanto estoy diciendo, dado que en Él todo es nuevo y renovador. Todo en Él supera la rutina. Jesucristo es un ser que en el Evangelio siempre nos sorprende por la novedad y por la frescura espontánea de cuanto dice. Es incapaz de anquilosarse. Dios es la creatividad permanente incluso en los más pequeños detalles.


El mensaje de Jesucristo escapa a todos los condicionamientos. Él en todo es libre elección y amor de Dios. La Iglesia tiene que hacer una revolución cultural dentro de ella misma. Tiene que superar la letra de los concilios y los credos sin traicionar el mensaje que encierran. Lo divino está en la inmanencia-trascendencia, no en la inmanencia sola ni en la trascendencia únicamente. El objeto de los teólogos de la muerte de Dios fue quedarse en la horizontalidad, y el objeto de los teólogos tradicionales es el quedarse en la verticalidad. La síntesis se encuentra en ambas cosas. Se encuentra en la experiencia de lo divino que no puede expresarse sólo en palabras sino en hechos transformadores que todo lo que nos rodea. El mayor contrasentido somos los hombres religiosos cuando nos cerramos y somos ajenos a la problemática de la sociedad. Un cristiano siempre debe vivir ‘encarnado’, hecho carne en todos los momentos de su existencia. Hemos elevado nuestras enseñanzas en verdades absolutas para todos los tiempos. Presentamos a Jesucristo como un modelo hecho de una vez por todas. Pero en Jesús no hay ‘rol’. Su vida no es rutinaria. La teología hoy está en un callejón sin salida. Sus ensayos renovadores se han quedado en las ramas. La teología no puede ser sólo una ciencia. Es algo más que una reflexión poética y platónica. Tenemos que caminar hacia la teología de la encarnación: Una teología que parte de hechos humanos concretos y no de los principios abstractos y encorsetados. Todo grupo o toda organización grande terminan por hacerse conservadores. Los cristianos no podemos aceptar exclusivamente el inmovilismo. La vida es un movimiento hacia delante. No hay moral estética. La moral es siempre histórica y vital. No podemos identificar la vida con el inmovilismo ni con un proceso inquisitorial. La historia no está hecha mecánicamente. Es obra de Dios y del hombre. Responsabilidad, sí. Legalismo moral, no. El legalismo lleva a la hipocresía en la vida.


En la actualidad tenemos que pensar en una desmitologización y en una desmitificación de las religiones.


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