Opinión

Brigada de choque

Dice el clásico: “Lo contrario de la verdad es el olvido”. Quiero escribir de nuevo de este hombre de mirada limpia, humilde, de esa generación extinta capaz de entregar su vida por un ideal.

Por fin, aceptó mi invitación. Vamos caminando despacio, Montealegre arriba, silenciosos. Quizás él un poco empalidecido. Dicen que no debes regresar a los lugares donde fuiste feliz. Ah, tal vez sí a los sitios donde sucedieron tus tragedias, para purificarte.

Ahí vamos, los dos. “Nunca había vuelto a este lugar”, me dice, escueto. Algo, como lumbre, va apareciendo en sus ojos.

Ay, amigo, estoy hablando de un hombre, una leyenda, ‘guerrilleiro’, ‘maqui’, luchador antifascista. Eloy de Dios. Nombrarlo en los cuartelillos de la Guardia Civil era mentar al Diablo. Para los atemorizados republicanos, un héroe.

Por fin, llegamos al sitio exacto de Montealegre en que aquel lejano día, 18 de marzo de 1949, él y su ‘brigada de choque’ aguardaban para llevar a cabo su atentado. El objetivo: dos altos cargos que se distinguieron por su crueldad en la prolongada posguerra.

Contemplo el lugar, un sitio idóneo para ocultarse. La extensa vegetación cubre el escondite. Todo estaba meticulosamente preparado. Los contactos facilitaron los datos con precisión de cirujano.

De pronto, un bombazo, justo aquí donde ambos estamos. “El que no ha probado la desgracia no sabe nada”. Una voz autoritaria gritó: “Rendiros a la Guardia Civil”. “Yo tenía 17 años pero ya sabía que si nos entregábamos, el verdugo esperaba.”

Camilo guarda silencio y extiende sus manos poderosas, sin uñas, las huellas de la tortura. Le espeto de repente: “¿Qué pasó Camilo?, ¿qué error cometisteis aquel 18 de marzo de 1949? A estas alturas ya no hay nada que ocultar”.

Me habla quedamente: “Aquel día había mucho movimiento en Ourense, era víspera del día del padre. Dos de los míos bajaron discretos a la ciudad a recibir instrucciones”. Camilo baja la voz como si los fantasmas de aquel aciago día le visitaran.

“Fue un error muy humano, llevábamos muchos meses en los montes. Mis dos cómplices decidieron ir a la calle de las putas. Alguien dio el soplo de nuestra presencia. Horas después, siguieron al niño que nos traía una cesta con comida”.

(Camilo despertó entre argollas y grilletes en el ‘cuartelillo’. Todos murieron, bajaron granada en mano. La ciudad se estremeció. Lo sucedido está en el imaginario colectivo de una generación.

Ahora estoy en casa de Camilo. Nos rodean láminas de Van Gogh. Viste el chaquetón de cuero que lo abrigó en sus años de guerrilla. “La Guardia Civil combatía por un sueldo, nosotros por un ideal”.

Me enseña el reloj de bolsillo que le regaló alguien antes de sufrir ‘garrote vil’. Y otras cosas que prometí no desvelar. “Algo habrá que hacer con todo esto, Camilo”.)

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