Opinión

A la mañana siguiente…

Hay cosas que deben ser secretamente autobiográficas. Sin embargo, Platón dijo que las cosas solo suceden para que alguien las cuente.

Allá voy con mi historia de una mujer que amé y dejó un clavo en mi cerebro, entonces juvenil y lleno de sueños. A veces pienso que si no tuviésemos memoria no tendríamos restos de culpa.

Pero te cuento, eran mediados de los 70. Precisamente había ido con Carlos Oroza a un recital en Pamplona. A la salida me esperaba ella; tan femenina, larga melena; vamos, me pareció una criatura del cielo. Inevitablemente, me cautivó y me enamoré perdidamente. Decidí no regresar a Madrid con Carlos.

Me instalé en una modesta pensión. Lo recuerdo bien; allí vivían ruidosos ancianos vascos, retornados de Estados Unidos, donde pastorearon ganado con pistolones a la cintura en el desierto de Nevada.

Bueno, no quiero despistarme. Te estoy hablando de ella. Nos veíamos todas las tardes y yo estaba un poco confuso porque nuestra relación era algo así como asexuada. Apenas tomar su mano con el viejo truco de leerla en las líneas de su mano extendida.

Pasaron veinte días, llegó el San Fermín. Pensé: ahí, entre el barullo y el alcohol, haré mía a esta mujer. Pero ella huía del tumulto. No le gustaba la mítica fiesta que vivió Hemingway a tumba abierta.

Está grabado en mi mente, amigo. Era un soleado siete de julio de 1975. Ella tenía un pequeño coche y huimos del festejo hacia las afueras de la ciudad. Caminamos en silencio. Y zas, debió salir de mí el rancio macho español. La abracé con fuerza ante su mirada sorprendida y huidiza.

Ay, amigo, todavía me estremezco. Percibí que ella buscaba nerviosamente en su bolso; sacó algo y con rapidez lo puso entre sus labios. La luna se reflejó en aquel crucifijo plateado que sellaba su boca. Quedé inmóvil, paralizado; te confieso, casi asustado.

Quizá no fui valiente. A la mañana siguiente tomé el autobús de regreso a Madrid. Tras la cristalera, en el viaje, supe que aquel instante sería un perenne y doloroso inquilino en mi mente.

(Alguna vez escribí sobre esa mujer que me obsesiona todavía. Ayer la vi en sueños; se descorría el velo y aparecía el rostro de una pálida abadesa que me miraba con ojos de cera.)

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