Opinión

QUESSADA, LA LUNA E IBIZA

H ace unas noches me visitó en mis sueños Jaime Quessada. Y, justo al día siguiente, me encontré con Acisclo Manzano en la plaza Mayor. Acisclo era el más intimo amigo de Jaime y uno de los pocos artistas de su generación que quedan vivos. Sigue trabajando en esas esculturas delicadas que me perturban cuando las contemplo.


Enseguida nos partimos de risa al recordar aquella noche en la Ibiza de los 70. Entonces, yo vivía con una pintora alemana que vendía sus cuadros en la calle. Algunas noches íbamos a un tugurio, llamado 'Lola´s Club' lleno de gente extraña, música experimental y chicas nórdicas que bailaban, lánguidas, la balada dulce de un tiempo de sueños.


Cierta noche escuche hablar gallego en aquel cubil, me acerqué y allí estaban Jaime , Acisclo y otro gallego que decía ser de A Merca y que se unió al grupo. Estoy viendo a Jaime con aquel sombrero de ala ancha, su chaleco y su generosa risa. Me contó que estaba escribiendo una novela, y que la blanca y luminosa Ibiza le tenia tan fascinado que se había comprado una casa rural allí.


Conque fuimos de los últimos en salir del local entre carcajadas fugitivas, como figuras errantes y recitando poemas que tanto le gustaban a Jaime. El otro gallego que se había pegado a nosotros hablaba poco, y también salió con paso vacilante de la discoteca. En la plazuela donde estaba la discoteca había grupos de chicos melenudos de diversas nacionalidades. De pronto, la plaza se llenó de miedo y los pacíficos chicos que cantaban a la paz echaron a correr despavoridos bajo el cielo purísimo de la isla. Resulta que el joven que se unió a nosotros era policía secreta y, como todos, venía tan bebido que se le cayó la pistola con cierto estrépito. Encima no acertaba a recogerla, hasta que, al fin, la tomó entre las manos y apuntó tembloroso hacia alguna parte. Se armó un jaleo grande. Por fin aplacamos la situación: el tipo guardó su pistola y le acompañamos dando bandazos hasta cerca de su casa.


Días después fui a visitar a Quessada a la casa que se había comprado. Una casa típica de la isla, con árboles frutales y asientos al estilo árabe para disfrutar de la luna llena ibicenca. Una de las lunas más hermosas, que estremece los cuerpos. Mientras hablábamos iban llegando vecinos suyos de extraños idiomas. Todavía recordamos Acisclo y yo a aquella chica de ojos de diosa, piel pálida y melena larga color heno que tocaba la flauta y hacía la noche creativa y sagrada.


(A Jaime aún le vi poco antes de morir, en un pub de la ciudad. Fiel a su estilo, hacía dibujos en servilletas que regalaba a la gente que estaba allí. Proyectamos volver a Ibiza, a su casa llena de recuerdos. Pero ambos sabíamos que ya no podría ser. Sobre su hombro de ángel enfermo, estaban los ojos eternos de Picasso, llamándole.)

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