Opinión

La cortesía social

En realidad, de un tiempo a esta parte, han dejado de cumplirse casi todas las reglas del arte de presentarse en el mundo según las prácticas que la civilización había introducido en todos los casos que ocurrían en la sociedad. Es lamentable. Y vamos a peor. A pesar de que varias son las obras dedicadas a fijar los deberes de urbanidad; pero pocas, muy pocas, las que consiguen reunir el buen método en la exposición y claridad en el lenguaje de los deberes sociales más admitidos todavía en la sociedad.


Sea como sea, la urbanidad y el decoro en el trato humano son, desde luego, circunstancias que debieran ser merecedoras de la mayor atención, y a ellas, por cierto, a través del tiempo, han consagrado moralistas y filósofos, historiadores y poetas, muchos y notables pensamientos, que insertaremos casi al final del actual artículo. Pues el ser más amables hace posible la convivencia humana y la supervivencia de los más débiles.


Viene como anillo al dedo el refrán ‘lo que no se cultiva se atrofia’, por que esto puede aplicarse perfectamente a la pérdida actual de las buenas costumbres de educación y de manera de vivir.


No obstante ello, la cortesía social parece estar vigente solamente en ciertas personas mayores, así como en las aldeas o en algunos ambientes alejados de la agresividad de las grandes ciudades.


Quiérase o no, tenemos que vivir en sociedad. Así están constituidos nuestro mundo y la humanidad. Nos podemos llevar con mejor armonía cultivando la amabilidad. Toda educación empieza por pequeños detalles de todas clases y, por supuesto, estamos obligados a conservarlos y transmitirlos a hijos y nietos, a amigos y parientes, hasta desconocidos en la rúa si se presenta el caso, con total independencia de nuestra edad.


La convivencia abarca todos los momentos de nuestra vida. No debemos descargar nuestro mal humor y nuestra agresividad en los demás con portazos y palabras de mal gusto. Es muy importante para nuestra salud y la educación cultivar un buen ambiente en casa, cierta paz -hasta silencio a veces-, menos televisión y radio, y más conversación. Que cada persona se encuentre a gusto porque hay respeto. Nos escuchamos y dialogamos. Como se viene haciendo, por ejemplo, en las tertulias literarias.


Por otro lado, debemos quejarnos menos, aunque nos cueste. Estamos bombardeados por la publicidad de miles de productos de consumo no siempre de primera necesidad. Desde luego, cuanto más pensemos en los demás, en ayudar, en colaborar, menos exigentes seremos.


En cuanto a saludar y dar las gracias, no hay cosa más agradable que un niño que saluda el primero y que, además, sabe dar las gracias. Como todo gira en torno a su bienestar y a su felicidad, nos olvidamos a veces de inculcarle sus pequeñas obligaciones que cumplirá luego en la adolescencia y en la edad madura: ‘Lo que se aprende de pequeño no se olvida’.


A más, la amabilidad tiene mayor valor para los débiles, porque necesitan más de ella, al ser menos capaces de valerse por sí mismos. Esto, corrientemente, se descubre con amargura al ingresar en la etapa de la tercera edad. Hoy los jóvenes no saben lo que significa envejecer, y el significado que adquiere la cortesía y educación. Y cómo a veces se necesitan grandemente.


Y, para terminar, he aquí algunos de los pensamientos que en nuestras lecturas hemos recogido oportunamente.


La urbanidad es la ciencia de los miramientos (Seuderi).


La cortesía oculta los vicios, como el tocado oculta las arrugas (F. Bacón).


La urbanidad hace aparecer al hombre como lo debía ser (La Bruyére).


La cortesía es la expresión o la limitación de las virtudes sociales (Duclos).


La urbanidad es el encanto de las relaciones sociales (Laterna).


Cuando la cortesía llega hasta una tolerancia ciega, equivale a una traición hacia sí mismo (De Custine).


La urbanidad es el resultado de mucho buen sentido, cierta dosis de buen natural, algo de abdicación de sí propio en beneficio de los demás, para alcanzar la misma indulgencia (Lord Chesterfield).


Sin urbanidad los hombres sólo se reunirían para batirse; es preciso, pues, vivir solos o ser corteses (A. Karr).


Hemos recogido los anteriores pensamientos sin orden y conforme figuran en nuestros apuntes, porque de la reunión de los mismos surge fácilmente, lo mismo el verdadero carácter de la cortesía social, que la necesidad de ejercerla en todos los actos de la vida y de aconsejarla un día y otro a todo el mundo.


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