Opinión

Los protocolos notariales

Los archivos notariales merecen especial cuidado, pues en ellos se conservan las propiedades y títulos por los cuales cada uno ha procurado adquirir y elevarse al grado y distinción a que se ha hecho acreedor por sus servicios. Sin ellos nada tendríamos de cierto y seguro. Fácilmente se olvidan las cosas por más que nuestra razón quisiera guardar el equilibrio de ellas. No obstante, deduciremos cual es el respeto que se merecen aquellos depósitos en que se conservan las operaciones de los hombres y mujeres. Cierto que todo se consume con el tiempo. Se mudan los gobiernos, las dinastías, los imperios, desaparecen las poblaciones. Así también desaparecieron los archivos y tuvieron, como las demás cosas, la misma alternativa en la antigüedad, pero fueron sustituidos por otros. Y mientras vivimos en sociedad, tenemos la ineludible precisión de conservar las relaciones unos con otros, siendo ellas las que dan materia al objeto de su cuidado y a que las reservemos y guardemos con tanta más diligencia cuanto el espíritu humano conoce el gran interés que de ello resulta.


Quiérase o no, los protocolos hállanse destinados en el orden de los tiempos a ser tan duraderos como la existencia de todo lo que se encuentra siempre bajo la influencia de la familia, permaneciendo así constantemente.


Los protocolos notariales perpetuarán más y más las tradiciones de nuestro país y, en su examen, se hallarán muchas señas desconocidas hasta hoy, resucitando del polvo del olvido en que yacen sepultados: monumentos, templos, palacios, etcétera. Consultando los protocolos notariales se hallará luz esplendente que iluminará generaciones de unas en otras y contemplarán alborozados las virtudes, como nosotros contemplamos la de nuestros ejemplares padres.


¿Cómo sabríamos hoy la situación de las antiguas y modernas poblaciones, sus edificios, sus viviendas, sus itinerarios, si no tuviéramos los protocolos notariales? Muchos de nuestros autores patrios obtuvieron de ellos datos que les sirvieron para componer sus obras.


Desde luego, los modernos historiadores los consultan alguna vez cuando se dedican a referir las vicisitudes de una familia, de un oficio, de tal o cual determinada profesión; pero en la formación de la historia general apenas se ha empleado hasta nuestros días este nuevo medio de investigación.


En realidad, muchas leyes sólo han llegado a nuestro conocimiento por el estudio de los documentos notariales precisamente, que de tiempo en tiempo se ha ido salvando del casi universal naufragio de los de su clase.


Remontándonos en el curso de la historia, podremos recordar que los documentos notariales de los egipcios, descubiertos y conservados en algunos museos de Europa -principalmente en el de Turín-, nos han enseñado más que los papiros de carácter literario y litúrgico del mismo pueblo, cuya lectura aumentó poco más los datos que poseía la ciencia histórica.


Si dijésemos que el estudio de algunos monumentos de índole notarial, logró abrir nuevos horizontes al estudio del derecho, allegando de paso a la historia datos en que ni siquiera se pensara, no caeríamos en exageración; antes seríamos intérpretes de hechos históricos plenamente comprobados.


Más importante es el documento notarial, cuando el derecho de castas se entroniza sobre las ruinas del romano, cuando el notario es el único jurisconsulto a quien se podía consultar, se comprende el valor de los documentos y la institución de los archivos. Allí está el derecho de los nuevos pueblos, allí su vida en aquel periodo de lucha, y la estimación de su riqueza. Mejor que las leyes pueden servirnos aquellos documentos, demasiado escasos, para saber cómo se relacionaban. Los monasterios cuidaban de asegurar su propiedad, adquirida uno y otro día por múltiples donaciones, formando sus cartularios. En cambio el tabelión de la Edad Media, con su latín bárbaro y en cada país diferente, con el uso y el abuso de las repeticiones y hasta con la pesadez de su estilo, nos comunica, sin saberlo, noticias que son hoy verdaderamente inapreciables. Y es que el documento notarial, cuando no hay historia, en cierta manera, la suple para lo más importante.


Resumiendo, pues, podemos decir que los archivos notariales no sólo son el escudo y la salvaguardia de la propiedad y de la familia, sino también la historia más verídica del hogar doméstico y de las costumbres de las sociedades que pasaron por el haz de la tierra antes que la que hoy existe.


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