Opinión

La tortura de los toros embolados

España, como país, en algunas cosas deja bastante que desear. Ahí tenemos la tortura de los toros embolados, e incluso bueyes, que mediante organizaciones de festejos locales, que se vienen celebrando a todo lo largo de nuestra geografía, haciéndose eco y propaganda en los medios de comunicación social. Y, aunque parezca mentira, infinidad de humanos -organizadores y espectadores, incluso con asistencia de niños- se refocilan grandemente por la celebración de tales festejos, que, en muchos casos, hacen figurar en lugar destacado en los programas de las fiestas en cuestión.


Historia y tradición. Volviendo a muchos años atrás, históricos si se quiere, eran tradicionales los sacrificios humanos, principalmente en circos, o los grandes o pequeños espectáculos romanos. Estas tradiciones las hemos suprimido, como procedía, de nuestras vidas. Y hoy, en cambio, las vemos como aficionados crueles, de comunidades primitivas y salvajes: se siguen sacrificando y torturando a los toros embolados, año tras año, con la simple excusa de la tradición y, desde luego, con el visto bueno de las autoridades competentes.


Visto lo visto, el torturar, quemar o dejar ciegos a los toros con los embolados es una práctica terriblemente cruel. En una sociedad en la que cada vez debiéramos adquirir más conciencia sobre la importancia de respetar nuestro medio y a todos los seres vivos que nos rodean, no es de recibo que se sigan torturando a los toros y bueyes con total impunidad. Y que, además, sirvan de espectáculo público. Quiérase o no, poco han evolucionado nuestros pueblos cuando la brutalidad y la crueldad hacia los animales siguen tan vigentes. Y con el consentimiento tácito de las autoridades.


En realidad, lo normal en un entorno desarrollado como ahora es el nuestro, es que las personas sanas se diviertan haciendo deporte, yendo a las tertulias, a conciertos, al cine, al teatro, a la piscina, incluso al fútbol, juntándose, al efecto, con los amigos. Respetando su entorno y los animales.


Resumiendo. Sólo las personas crueles siguen tradiciones crueles. Sólo los sádicos se divierten torturando. Baste recordar lo que ocurre con la tortura en las dictaduras políticas y en las guerras civiles. Para muestra ahí tenemos el antiguo régimen de los cuarenta años de ‘democracia orgánica’.


No hay nada más cobarde e inhumano que acorralar y torturar a un animal que nada ha hecho para merecer este terrible maltrato. E igualmente, decimos de las personas, cualesquiera que sea su nacionalidad. Por ello, la ‘tradición’ de que venimos hablando debe erradicarse de raíz, de una vez por todas, incluso mediante legislación aplicable para esos casos. Por otra parte, los que defienden aquella -que los hay y muchos-, no están legitimados, bajo ningún concepto, para pedir respeto para continuar con la horrible tortura del toro embolado. Simplemente porque la tortura, cualquier tortura, no es respetable.



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