Opinión

Diferencias y distancias

El triste suceso se ha colado en los mítines. Con Déborah fue diferente

El pasado martes se publicaba en Diario Atlántico un reportaje en el que se establecían las oportunas comparaciones entre el caso de la joven viguesa Déborah Fernández Cervera ocurrido en 2002, y el de Esther López, la mujer vallisoletana de 35 años que desapareció la noche del 12 de enero y cuyo cadáver acaba de ser hallado por un senderista en un pinar cercano a su pueblo. El objetivo del excelente trabajo periodístico no era otro que demostrar ante la opinión pública las abismales diferencias de tratamiento que separan a uno y a otro, además de las sorprendentes similitudes que guardan.

Débora Fernández desapareció el día 30 de abril de aquel año de regreso a casa tras despedirse de su prima Nuria y asegurarle que aquella noche alquilaría una peli en el videoclub y no saldría. Su cadáver apareció desnudo en un paraje próximo a Santa María de Oia doce días después, en un escenario sembrado de pistas que años después se demostraron falsas.

A Esther López la abandonó un conocido en mitad de la carretera  tras una velada festera el pasado día 12 de enero y se perdió en la noche. La encontró un paseante hace un par de días, depositada en el suelo, vestida y sin señas aparentes de haber sido atacada. La autopsia sin embargo ha demostrado que la fallecida presentaba un cuadro de heridas internas en tórax, cabeza y abdomen y que falleció de un shock consecuencia de esas lesiones.

Pero el objetivo último de este atinado reportaje a cuya intención me sumo, es demostrar la diferencia de tratamiento que han merecido ambos casos por parte de las autoridades. Esther López fue hallada muerta en el bosque, coincidiendo con el desarrollo de la campaña electoral en la comunidad castellanoleonesa y, en consecuencia, está pululando por la zona un enjambre de políticos de todo el arco parlamentario. El triste suceso se ha colado en los mítines y se han cruzado acusaciones, promesas, compromisos, valoraciones y, sobre todo, un torrente de recursos humanos y técnicos sin regatear ni esfuerzos ni medios para desentrañar el caso.

Con Déborah las cosas fueron de otra forma. Una instrucción desastrosa, una investigación detestable, unos análisis forenses de una torpeza supina, y un completo abandono policial y jurídico que ahora es irremediable. Un comportamiento vergonzoso y un delito –hubo delito como demuestran las nuevas pruebas- que se ha quedado en blanco. Las comparaciones son odiosas.

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