Opinión

Disparos en los talones

Una actuación tan estúpida como la que ha elegido el PP para inmolarse no tiene parangón

Mis modestos conocimientos de Historia contemporánea me sugieren la posibilidad de que nunca se había producido en este país un terremoto de la entidad del que en estos momentos amenaza con partir por la mitad el Partido Popular. Es cierto que desde el fallecimiento de Franco, la recién recuperada democracia hubo de navegar por aguas procelosas, y es cierto que hubo pérdidas sustanciosas en esa aventura.

UCD, el partido que creó Adolfo Suárez juntando piezas de un heterogéneo rompecabezas partiendo prácticamente de la nada, rindió un servicio inestimable a la reordenación del parlamentarismo nacional para desaparecer por completo una vez cumplido el objetivo por el que fue creado, pero una actuación tan estúpida y tan sorprendente como la que ha elegido el PP para inmolarse en tiempos de absoluta bonanza no tiene parangón, y puede considerarse como el suicidio más idiota producido en el ámbito político nacional desde el nacimiento mismo del sistema que nos ha servido por más de doscientos años. Desde la promulgación de la Carta Magna de 1812 con Fernando VII en el exilio dorado de Francia, no recuerdo yo una gestión tan torpe. Si alguien en la sala tiene noticias de un acto semejante, le ruego que me lo comunique, me lo recuerde, me ilustre y me lo aclare.

El Partido Popular había conseguido remontar lo perdido hasta la fecha y mostraba esperanzado su imparable progresión en las encuestas. De hecho, los procederes lamentables exhibidos por un Gobierno en sus horas más bajas, le suministraban datos ciertos y evidentes de que ese ciclo estaba agotado y el electorado cambiaba a todas prisa el rumbo, una tendencia  apenas puesta en cuestión salvo las insensatas predicciones a las que nos tiene habituado el CIS de Tezanos.

En esa situación, con mayoría en las comunidades de Galicia y Madrid, y las cifras sugiriendo avances claros en otros muchos territorios, el PP resuelve pegarse un tiro en el pie y se sumerge en una guerra fratricida cuyo destino es la quiebra de un partido ya veterano e histórico y la puerta abierta a la llegada de los extremismos más peligrosos. La estrategia popular y la puesta en escena de Casado y García Egea no pueden explicarse apelando al raciocinio, pero es cierto que han acabado con el partido que les pusieron entre las manos. Aquí no hay ni vencedores ni vencidos. Aquí pierden todos. Allá ellos.

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