Opinión

Don Ramón que estás en los cielos

Me parece que les he hablado alguna vez de Don Ramón de Mesonero Romanos cuya lectura debería ser de obligado cumplimiento no solo para las nuevas generaciones de jóvenes que pugnan por encontrar legítimamente un hueco en el futuro, sino para aquellos a los que el futuro se les achican y lo que desean es disfrutar de la compañía de un personaje generoso y bien pensante cuyos comportamientos exquisitos en materia de educación, compromiso y ética se advierten como un ejemplo en el que mirarse. En un tiempo en el que todo lo que uno se imagina es susceptible de ponerse en cuarentena, la vida y la obra de un hombre bondadoso, inteligente y cabal nos puede servir de inapreciable referencia.

Mesonero Romanos fue una de esas personalidades en las que se podía confiar a pies juntillas para otorgarle la responsabilidad de cualquier cosa. Rico de familia y por tanto sin necesidad de meter la mano en la cesta –en su tiempo también existían verdaderos sinvergüenzas como hay ahora, golfos irredentos que intentaron comprarle sin ningún éxito- aquel bendito hombre fue un escritor divertido y humano, comentarista de la vida cotidiana y espectador bienaventurado de una ciudad en la que nació y a la que amó y sirvió con toda su alma. Pero además lo fue casi todo en ella y jamás cobró un duro por servirla.

Fue concejal de su Ayuntamiento y alcalde, presidió el Ateneo, fundó junto con Pontejos la primera Caja de Ahorros del país, dirigió revistas y periódicos, fundo instituciones de asistencia para gentes sin recursos, escuelas para niños pobres y huérfanos, asilos para ancianos desamparados, financió proyectos de su propio bolsillo, dio charlas y conferencias y acudió a echar una mano a todo cuanto plan le pareció bueno para Madrid y sus gentes. Todos le costaron dinero. Rechazó ser director general, ministro y presidente del Congreso porque odiaba depender de los bandazos políticos, y defendió su independencia con uñas y dientes. Fue un hombre prestigioso, optimista, culto, leal, respetado, solidario y bueno. Escribía sin servidumbres porque no necesitó de ellas, y cuando le llegó la hora se marchó en paz y con los deberes hechos.

Yo cada vez que quiero escribir algo, siempre le tengo en cuenta.

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