Opinión

El amigo saudita

Hace poco tiempo, la Real Federación Española de Fútbol denunció que su sistema informático había sido invadido. No debe ser tarea fácil franquear sus dominios, pero alguien derribó la puerta. A la vista de las revelaciones que se están manifestando a estas horas, la alarma que produjo esta situación está francamente justificada. La primera dosis de los materiales que debieron caer en manos de los saqueadores ya ha comparecido servida por medios de comunicación electrónicos, y su contenido despierta el apetito a la espera de sucesivos servicios. La primera entrega no deja indiferente a nadie, y transmite la sensación -por muchos ya sospechada- de que el sorprendente traslado de la final de la Supercopa de España a Arabia Saudí obedecía a unos incentivos económicos irresistibles capaces de orillar todas las barreras y llevar un torneo irrevocablemente nacional a terrenos de juego del otro lado del mundo y a países que no solo nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia sino que, con mucha frecuencia, vulneran nuestros hábitos sociales, nuestros códigos de comportamiento e incluso nuestras normas de justicia.

La operación que llevó este partido cumbre a los campos sauditas no parece traslucir actos delictivos concretos, pero no tiene buena pinta. A cambio de un montón de dinero se accedió a trasladar la competición a Riad apelando a razones tan venturosas como la revitalización del mencionado torneo, la posibilidad de repartir un buen dinero entre los más necesitados del fútbol español, y el fomento del fútbol femenino en aquel país. Pero las conversaciones ahora conocidas entre el presidente del organismo, Luis Rubiales, y el futbolista Gerard Piqué, traslucen matices que incitan a sospecha porque parecen  esconder un sospechoso juego de intereses, materiales culposos, escasa trasparencia en el desarrollo del operativo y mucha trastienda. El propio papel desarrollado por Piqué en el operativo –jugador del Barcelona en activo, miembro de la selección española de fútbol, y al tiempo intermediario entre la agencia organizadora y la corona saudita y comisionista- ya obliga a tomar este singular negocio con pinzas.

Rubiales nunca ha sido santo de mi devoción, pero ese es pálpito personal sin ninguna certeza. Los próximos días dirán –esto no se acaba aquí- si mi opinión sobre el presidente de la RFEF es acertada o me equivoco. Si el tema requiere investigación en serio o todo se soluciona con un “sigan, sigan”.

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