Opinión

Esgrima de cancillería

Macron es un político de élite, que al contrario de su PSG, se supera en periodos de máxima exigencia

No es fácil separar una nación de su propia historia a pesar que la sucesión de hechos a través de los tiempos acabe modificando sus comportamientos de antaño y lo revierta en un país irreconocible. Mucho más aún si apenas cambia con el paso de los siglos. Francia es un ejemplo de bien ganado prestigio en la función diplomática y las crónicas cuentan las hazañas de su máximo exponente, el gran Charles Maurice de Talleyrand, un eclesiástico libertino y ligeramente cojo que llegó al Congreso de Viena como representante de un imperio vencido al que las potencias aspiraban a trocear. Pero, entre rigodones y pavanas, el inteligentísimo plenipotenciario de la Francia vencida y con Napoleón confinado en la isla de Elba, no solo desarticuló el despiece sino que se marchó de allí como el ganador más admirado, ensalzado y glorioso. Para los diplomáticos allí presentes con Metternich a la cabeza, naturalmente. Pero sobre todo para las damas que encontraron a aquel francés políglota y exquisito, diabólicamente irresistible.

Emmanuel Macron no es desde luego Talleyrand. La finura en la esgrima dialéctica, latente en las cancillerías de antaño y que los diplomáticos franceses creados en el famoso Institute d’Etudes Politiques de París afinaron hasta la extenuación especialmente a partir de la caída del Antiguo Régimen, no tiene mucho que ver con las maneras que se llevan ahora, esclavas que son de las nuevas tecnologías en un mundo globalizado en el que la información se reproduce en el instante mismo en que se crea. Pero aceptemos que es un político europeo de élite que, al contrario de su querido PSG, se supera en los periodos de máxima exigencia. Macron, un metro setenta de estatura, ojos azul cielo y cierta fragilidad latente en los andares, es sin duda y como ocurre con mucha frecuencia, mejor político a domicilio que en su propio terreno, y ha decidido aplicar su reconocido encanto personal a las relaciones exteriores y dejar las cuestiones domésticas a su sufrido jefe de Gobierno –llamado Édouard Philippe por si sienten curiosidad- que en Francia es más sufrido que en otras latitudes por la propia configuración del reparto de poderes y responsabilidades en la República. A Philippe le toca lidiar con los problemas de dentro.

Macron se ha convertido en el estandarte europeo contra la invasión de Putin y ha fortalecido su imagen en el continente. Lo está haciendo muy bien. Qué envidia.

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