Opinión

La ley carcelaria

Los menores convertidos en víctimas no se perdonan en la cárcel y en este caso, Nogueira descuartizó a dos de ellos

Acabo de saber por los periódicos que el adolescente brasileño llamado Patrick Nogueira, que en 2016 fue condenado a prisión perpetua revisable como autor de una matanza consumada por episodios, en la localidad extremeña de Pioz, en la que acabó con la vida de sus tíos y sus primos, ha recibido una paliza descomunal en el centro penitenciario de Puerto de Santa María en el que cumple condena. Nogueira mató a cuchilladas y desmembró a sus cuatro víctimas en el chalé familiar en el que había sido acogido, y retransmitió puntualmente la carnicería por telefonía móvil para compartirla con un íntimo amigo brasileño que le animaba a seguir matando. El caso conmocionó a la España de entonces y es uno de los episodios criminales más crueles de nuestra historia negra.

La ley de la cárcel no es, por tanto, una leyenda urbana y este caso lo prueba. Aislado y vigilado durante sus primeros años de cautiverio, la justicia carcelaria ha esperado lo necesario hasta que los ecos de un caso estremecedor se atemperaran y el autor se reintegrara sin restricciones en el ámbito de su condena y ha tomado cartas en el asunto. Los menores convertidos en víctimas no se perdonan en la cárcel y en este caso, Nogueira asesinó y descuartizó a dos de ellos -un bebé de ocho meses y una niña de tres años- hechos por los que estaba sentenciado.

La paliza fue de tal naturaleza que el recluso hubo de ser hospitalizado una semana y, devuelto a la prisión donde cumple su pena, aún está en plena convalecencia internado en la enfermería del centro. Muchos especialistas en la materia sospechan que su calvario no ha hecho más que empezar. Nogueira tiene hoy 25 años y una vez cometido su crimen huyó a su país. Se entregó poco después cuando sus abogados le recomendaron que volviera a España para ser juzgado porque de una cárcel brasileña no habría salido vivo. 

La historia es estremecedora, tanto como el propio delito cometido por un sujeto al que los psicólogos y forenses que lo reconocieron definieron simplemente como un monstruo. Es verdad que nadie debería alegrarse al conocer cómo la ley carcelaria se ha tomado la justicia por su mano y ha escarmentado a este sombrío personaje. Pero es inevitable sonreír de medio lado. Cuanto menos sepamos, mejor. 

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