Opinión

Las noches mágicas

En los momentos victoriosos es fácil ser del Real Madrid

Comprendo que es ventajista e incluso ciertamente pretencioso sacar pecho de su condición de madridista convencido cuando el Madrid apela a sus históricos instantes de gesta y monta sus tradicionales milagros. Para ser un verdadero y leal  seguidor blanco es necesario estar en la brega cuando vienen mal dadas, en los días y las noches en las que el equipo no ha respondido a su fama, ha caído en el campo y ha tenido que recoger el tenderete y volverse a casa. Son esas fechas oscuras en las que vas por la calle deseando no encontrarte con un conocido del equipo rival que te tome de coña. En los momentos victoriosos, en las citas fantásticas, cualquiera es del Madrid con lo fácil y lo gratificante que es comerse el mundo tras una de esas gloriosas hazañas que pasan a la posteridad y que se recuerdan de generación en generación y de lustro en lustro. ¿Dónde estabas tú la noche de la vuelta contra el Borussia Moenchengladbach…?

Ser del Madrid es sin embargo mucho más que entusiasmarse puntualmente cuando el equipo hace una de esas machadas como la del martes en Manchester o las anteriores ante el PSG y el Chelsea. Contemplando el carné de socio de mi padre -que tiene el número 5018 porque se dio de alta a finales de la década de los cuarenta- y recordando el tiempo en que yo tenía mi abono en el segundo anfiteatro del Bernabéu hasta que cambié de ciudad y solicité mi baja, acudo solícito a remover recuerdos pintados de blanco que se han hecho leyenda de tanto usarlos y que se desempeñan en mi memoria a los compases de un himno que se compuso sobre la servilleta del bar “La rana verde” de Aranjuez:  las mangas de Molowny, el gol de Marsal al Athletic de Bilbao, las paradas de Juanito Alonso, las santiaguinas del presidente, las multifunciones de don Alfredo, los cañonazos de Puskas, los recortes de Amancio, la finura de Velázquez, las galopadas de Stilike, la quinta del Buitre, los noventa largos minutos que decía Juanito en su particular italiano, las trece orejonas,  los golazos de Ronaldo y de Cristiano. Y hoy y para siempre, Modric, Benzema y, benditas sean ellas, las noches mágicas.

Yo no es que tenga gran devoción por Guardiola, pero alabo sus reflexiones sensatas. Esto del Madrid y los milagros ya no es cosa de suerte decía él. Y digo yo que es cosa de ADN. Y eso es hereditario

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