Opinión

Los escandalosos

Ser los más ruidosos no debería sacarnos los colores, ni mucho menos

Las estadísticas que manejan  los más sabios organismos en el estudio del comportamiento humano coinciden en afirmar que España es el segundo país más ruidoso del mundo. La OCDE acaba de poner en circulación un estudio que así lo confirma. Solo Japón nos supera en este dudoso ranking de los más escandalosos del mundo mundial.

Naturalmente hay muchos sectores del país que se han indignado y otros que se han avergonzado. Los primeros, por suponer que ese puesto está manipulado en función de la creencia extendida entre los foráneos, del tópico que nos hace más estridentes de lo que en verdad somos. Y el segundo, azorados por esos comportamientos que nos distinguen del resto y nos buscan perpetuamente la mala fama. No hace falta esfuerzo suplementario alguno para comprobarlo. Basta con darse una vuelta y sentarse a tomar una cerveza un día de buen tiempo en un chiringuito de playa.

Pero esta situación no debería sacarnos los colores ni mucho menos pretender que cambiemos de hábito. Hay mucha y muy respetable gente que se empeña en exigir esos cambios, horrorizada ante la imagen ofrecida por un pueblo al que la expresión sin continencia ha caracterizado de toda la vida y está fielmente retratada y descrita en textos  desde los tiempos de Cervantes. La galería costumbrista que encierra las esencias espontáneas y sin freno propias de los españoles ha sido capaz de esculpir nuestra personalidad de siglo en siglo y al paso de esos siglos se ha convertido en acerbo cultural hasta el punto de que si no fuéramos lo que somos y no nos expresáramos a gritos y no montáramos monumentales pollos por cualquier problema trivial, no tendríamos entre nuestros géneros literarios y artísticos monumentos a la idiosincrasia popular tan divertidos, bullangueros y admirables como la Zarzuela y la Novela Picaresca. Renunciar a semejantes cumbres de la creación humana sería trágico.

Decía Emilia Pardo Bazán que los españoles somos la cumbre de la jarana y así es para lo bueno y para lo malo. Yo no creo que este aspecto de nuestra personalidad común convenga combatirlo. Solo regularlo… y con tiento y prudencia, virtudes que tampoco nos sobran. Prefiero liarla en una corrala a voces con la señora Rita a emborracharme triste,  solo y con veinte grados bajo cero fuera, a base de tragos de aguardiente de guindas como hacen los nórdicos. Es cuestión de gustos, también es verdad. Y para gustos se han hecho los colores.

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