Opinión

Terapia emocional

Los artistas son muy aficionados a recabar ayuda externa para hacer frente a sus debilidades. No parece otra cosa que sus profesiones, siempre expuestas al escrutinio público, transmiten tanta intensidad a aquellos que las practican que no pueden prescindir de sesiones de terapia mental, psicoanalítica, asesorías espirituales, conducción emocional y otras modalidades de respaldo y guía para poder afrontar con entereza sus propias vivencias.

Debe ser así, porque casi todos son explosivos en sus comportamientos y no hay más que sentarse ante la televisión para ver los Oscar, los Goya, los Bafta, los MTV y celebraciones por el estilo para calibrar hasta qué punto sube la temperatura emocional cuando cada nominado recibe su recompensa. Voces, llantos, carcajadas, mocos, convulsiones, declaraciones al borde de la histeria, temblores y amores a caño libre presiden en el estrado estos acontecimientos.

Lo malo es que los que están permanentemente bajo los focos apenas se percatan de que los ciudadanos anónimos que no salen en la pantalla y no habitan en las páginas de las revistas de colorines también sufren picos de turbación producto de idénticos sentimientos. Hace unos días, leí unas declaraciones de Penélope Cruz en las que afirmaba que ella se preocupa demasiado por todo, que le cuesta disfrutar de las cosas y que ese es un factor de su personalidad que lleva muchos años acaparando parte de las sesiones con su terapeuta. 

Penélope Cruz se considera una perfeccionista obsesiva y confiesa que nunca se da por satisfecha. Seguramente no es la única persona en el mundo a la que no le cunde la felicidad ni es la única de su urbanización con esos niveles bestiales de auto exigencia, pero a ella le parece que lo suyo es muy fuerte. La mayor parte de nosotros no tiene terapeuta. Uno sale a la calle y no suele toparse con un rostro popular de esos que ve en la pequeña pantalla o en la portada de los diarios. 

Hace años, la gente volvía de visitar Madrid contando la cantidad de personajes famosos que se había encontrado por la calle, y en la hora de la merienda se hacía recuento. “He visto a Belén Esteban, a Valdano y a Pepe Bono”, decía una. “Pues yo me he encontrado con Emilio Aragón, Malú y Belén Rueda” decía otra. Lo razonable sin embargo, es  convencerse de que uno siente y padece lo mismo que ellos. Lo que pasa es que no se nos nota.

Te puede interesar