Opinión

Todo no vale

Los independentistas se habían retirado a sus cuarteles de invierno

En un mundo azotado por la guerra y la pandemia, poco o nada queda ya de las viejas costumbres. Hace algunos años, cuando la Humanidad no sabía que iba a sufrir la presencia atroz de los jinetes del Apocalipsis, casi todas las frivolidades valían y estaban no solo permitidas sino en muchos casos, auspiciadas y patrocinadas. A nadie le parecía mal que los políticos echaran cuartos a la futilidad ni se hicieran sordos a las peticiones de los administrados, e incluso se les permitía pronunciar discursos y sentencias carentes de todo rigor hasta parecer completamente idiotas. Se decía que aquello era cosa de la clase política como quien escucha un chiste tan divertido como indescifrable y le echaba la culpa a Chiquito de la Calzada.

Pero hoy, en un ámbito aterrador que pregona sangre y enfermedad y que demuestra a cada instante que todos somos sujetos frágiles expuestos a cualquier penalidad, la clase política se está pensando la posibilidad de no abrir la boca para no dejar traslucir la esterilidad de su palabra y la puerilidad de su código de comportamiento. Hace mucho tiempo que no escuchaba yo a los independentistas catalanes, un suborden del politiqueo que se retiró a sus cuarteles de invierno ante la posibilidad de que su protocolo sonara en estos tiempos nuevos de lluvia ácida, peste y sombras tan ridículo que hasta los más favorables a la causa vieran la luz, se dieran cuenta de que el ideario manejado por sus ideólogos era pura patraña indefendible en semejante escenario, y se les retirara el saludo incluso en su zona de seguridad dentro de las fronteras catalanas.

He vuelto a escucharlos en estas últimas fechas, tan peripuestos y trascendentes, viajando a Madrid para exigir cuentas al Gobierno por haberlos espiado. Para su desgracia, comparada con lo que pasa en el mundo, su causa es tan majadera que la opinión pública mira para otro lado porque si mirara para el suyo solo vería  a cinco  fulanos con aspecto de dibujos animados, agitando las manos y adoptando gesto de santa indignación porque el CNI la ha tomado con ellos como hace todo servicio de información en todo país democrático o no democrático con los grupos que amenazan y ponen en riesgo la seguridad del Estado. Ser político en estos días de tribulación conlleva más riesgo porque ha llegado la hora de decir cosas serias y trascendentales. Ya no cuela todo.

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